(Bloomberg) Este va a ser un viaje nostálgico. ¿Recuerdan los viejos tiempos (2016) en que parecía que las grandes inversiones en startups tecnológicas eran algo del pasado remoto (2015)? Olvídenlo.
Basta con ver los titulares de las últimas semanas. Didi Chuxing, el rey de los viajes por pedido de China evalúa una inversión de US$ 6,000 millones con respaldo de SoftBank.
Airbnb finalizó una venta de acciones de US$ 1,000 millones. Otros US$ 1,000 millones o más fluyen a la firma india de comercio electrónico Flipkart. Instacart puso US$ 400 millones en su canasta de compras. Verily, una empresa prima de Google, recibió una inversión de US$ 800 millones.
Sé que todos nos hemos habituado a las grandes sumas de dinero que recorren Silicon Valley y otras capitales tecnológicas globales. Pero se trata de sumas de una magnitud absurda para compañías noveles que no cotizan en bolsa y cuya actividad no está consolidada.
Muchos de esos acuerdos de financiamiento de startups tienen algo en común: la participación de inversores que no son las firmas de capital de riesgo tradicionales. Es el dinero más nuevo destinado a startups.
El auge de startups tecnológicas posterior a 2010 se vio alimentado en parte por inversores que no eran Sequoia Capital, Kleiner Perkins y firmas similares especializadas en respaldar los nuevos Google y Facebook.
Entre esos inversores se cuentan divisiones de gestión de activos de bancos, fondos comunes de inversión como T. Rowe Price, fondos de cobertura y vehículos de inversión propiedad de gobiernos.
No se trata de recién llegados a Silicon Valley: estos “turistas” de inversión en startups también estuvieron presentes en los tiempos de la burbuja puntocom, pero cerraron las chequeras durante un tiempo cuando la fiesta terminó.
Lo que es diferente en el más reciente auge tecnológico es la variedad y cantidad de inversores que asignan dinero a startups, por lo general en oleadas.
Los fondos de cobertura y las firmas de gestión de dinero como J.P. Morgan Asset Management tuvieron una fuerte presencia a principios de la década de 2010 y luego se retiraron de la inversión en startups tecnológicas tras sufrir reveses en algunas inversiones.
Había dinero más que suficiente para llenar el vacío. Los fondos de cobertura chinos se volvieron más activos en lo que respecta a inversiones en startups tecnológicas. Las empresas –hasta esos adorables Muppets-- crean cada vez más divisiones para invertir en compañías tecnológicas que no cotizan en bolsa.
La cantidad de compañías que tienen unidades activas de capital de riesgo se duplicó entre 2009 y 2016, según PitchBook. Vehículos de inversión gubernamentales de Arabia Saudita, Australia, Singapur y otros países también han pasado a ser más activos. De pronto, además, SoftBank tiene aún más munición de dinero y no teme usarla.
Esos inversores no tradicionales en startups han evitado que el auge (o la burbuja) del sector tecnológico decline. El Barómetro de Startups de Estados Unidos de Bloomberg, que registra la obtención de fondos, las ofertas públicas iniciales y las adquisiciones, se recupera del nivel más bajo en tres años.
Es fácil mostrarse escéptico respecto de los recién llegados, pero es un comportamiento racional de ambas partes. Las firmas de inversión se vuelcan a las startups tecnológicas en busca de mejores retornos por su dinero. Sin fuentes de financiamiento, no podrían haber existido compañías de elevado gasto como Uber.
Hay algo que es seguro. La omnipresencia de turistas de inversión en startups es un indicio de que el auge de las startups tecnológicas está mucho más cerca del fin que del principio.