El Economista de México
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)
Poder, cualidad que todo líder desea poseer, es sinónimo de mando, autoridad, vitalidad y brío. Se cristaliza en la habilidad de solicitar y obtener lo que se desea sin necesidad de recurrir al engaño o las agresiones. Quien logra ejercerlo demuestra supremacía. Es precisamente esta característica la que sobresale en un gran número de figuras públicas.
Brian Michael Till, en su texto Conversaciones con el poder, analiza el liderazgo en el mundo de la política, en el que, según los testimonios de ex presidentes y ex primeros ministros -como William Clinton, Fernando Henrique Cardoso, Mikhaíl Gorbachev y James Carter- se requiere dejar de pensar que uno lo sabe todo y debe aprender a escuchar mucho más.
Se trata de un libro que desafía al fatalismo de una generación que ve a la responsabilidad como una idea anacrónica, y a la estabilidad y la seguridad como algo indeleble. En sus páginas las reflexiones y consejos de los jubilados del poder ayudan a entender los retos que enfrentamos como sociedad.
El ejercicio del poder no es fácil. Para líderes como Václav Havel, ex presidente de Checoslovaquia, ser un dirigente es como estar dentro de un submarino, porque siempre se está rodeado de la misma gente y resulta difícil obtener información del exterior.
Una receta que recomienda Fernando Henrique Cardoso es “alejarse de la gente que siempre dirá “sí, sí, sí… se debe tener cierto ritual para mantener a los amigos a cierta distancia, porque éstos se pueden transformar en cadenas de malas influencias”.
Dirigir a un equipo o a un pueblo, dar órdenes y esperar obediencia sin traba alguna resulta altamente atractivo. Pero liderar requiere trabajo constante, tomar buenas decisiones y respetar a los demás, ser amable y un sin fin de cualidades que se van adquiriendo en el quehacer cotidiano.
“El liderazgo requiere capacidad para comunicarse en forma masiva; demanda que uno tenga ciertas cualidades histriónicas de interpretación”, considera el ex mandatario brasileño.
Los sacrificios que demanda el poder
Ser un líder tiene muchas veces un precio alto. No sólo son los problemas familiares o estar en la lupa social todo el tiempo. El fatalismo también se hace presente. Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra de Noruega (1990-1996) vivió la muerte de su hijo menor, Jergen, quien luchó contra la depresión desde los 17 años y se suicidó en 1992.
El joven tenía en ese entonces 25 años. Brundtland, alma del Partido Laborista, reasignó el liderazgo de la agrupación política, pero no renunció a su cargo.
No por ello el poder pierde atractivo; por el contrario, gana más adeptos. “A medida que las mujeres toman papeles de liderazgo mucho más destacados en la sociedad y superan a los hombres en las universidades de casi todas las naciones desarrolladas, se vuelve claro que en definitiva el futuro será más femenino y, con justificación, menos masculino”, vaticina Brian Michael Till en su libro.
Liderar el cambio, cosa de valientes
Maquiavelo es una referencia obligada para los que ejercen el poder. El consejero italiano afirmó que no hay nada más difícil ni peligroso e incierto que tomar el liderazgo en la introducción de un nuevo orden de cosas.
Gorbachev, ex secretario general de la URSS (1985-1991), tuvo la valentía de ver la marea histórica y nadar con ella, pero no supo mantenerse delante de las olas y modificar la economía y apertura política rusa. No obstante, el líder soviético enfatiza en las entrevistas con Till que la moralidad y la política deben ser compatibles, pero no es un asunto de cobardes. Además de frenar los impulsos propios de la personalidad para no dañar la imagen pública, se debe tener capacidad para aprender.