La pose de ‘ir de ocupado’ vende, sobre todo en las organizaciones en las que triunfa el ‘presentismo’. Aunque estar verdaderamente activo puede reportarnos un estatus profesional, esa multitarea inútil nos degrada a largo plazo.
El agobio permanente, o la pose y apariencia de actividad desbordante… Esa es la actitud que permiten e incluso recompensan muchas organizaciones que tienden a valorar el que una persona esté encima de sus tareas sin medir la productividad. Hay quien define esto como cultura del alto rendimiento aparente.
Lo cierto es que estar ocupado (e incluso parecerlo) vende. Un reciente estudio de The Georgetown University McDonough School of Business concluye que “estar y parecer ocupado en el trabajo se ha convertido en un signo de estatus”. Pero esto tiene matices.
Para mucha gente, la frase “estoy muy liado” es una etiqueta que acompaña permanentemente la actividad laboral. Viene a ser algo así como una nueva capacidad profesional, una virtud que hay que mostrar y de la que se presume las 24 horas…
El estudio recuerda que “en mercados como el estadounidense prospera una cultura que lleva a creer que el estatus se gana. Así, en consonancia con el sueño americano, aquellos que trabajan duro se perciben como los más capaces para ascender en la escala social. Comparado con otras culturas en las que el estatus se hereda, esta forma de ver el ascenso social y laboral lleva a idealizar a aquellos que se hacen a si mismos. Así, estar o parecer ocupado es una señal de ambición y competencia para subir más rápido”.
El estudio de Georgetown concluye que los profesionales ocupados son vistos como “recursos escasos” y que resultan muy demandados. Precisamente esta “escasez” es la que les lleva a tener un estatus más elevado. La investigación revela además que en culturas latinas como la italiana, el estatus se le otorga a aquellos que invierten más tiempo en actividades de ocio. Corresponde a las culturas en las que el estatus se hereda en vez de ganárselo.
La cuestión es que en determinados entornos laborales se favorece que jefes y empleados sean improductivos. Esto se da en organizaciones que permiten refugiarse en tareas rutinarias y fáciles que no aportan nada. Se trata de un presentismo estéril que puede relacionarse con la productividad, y que en muchos casos hasta se recompensa. Es lo que lleva a algunos a quedarse hasta más allá del final de la jornada, porque estar se valora más que hacer.
Por lo que se refiere al típico profesional de la pose agobiada, éste queda difuminado con más facilidad en grandes organizaciones. Un estudio de Woffu, una start up dedicada a la gestión de vacaciones, ausencias, presencia y control horario, explica, entre otras cosas, que ese típico presentista suele declarar que está saturado y sobrecargado.
Según la investigación, “el presentista suele lamentarse con frecuencia de la enorme carga de trabajo que tiene, con independencia de si está en una época de mucha actividad o una época de valle. Siempre se siente abrumado.
Sin olvidar que el empleado que se encuentra en esta situación tiene problemas para concentrarse y abordar las tareas que le corresponden. Es presa fácil para los “despistes” y tiene tendencia a dispersarse, tanto físicamente (con exceso de descansos de café o cigarrillos) como mentalmente.