(Bloomberg).- Si hay algo en que los economistas tienden a estar de acuerdo es en los beneficios de la libre circulación laboral. La eliminación de las barreras a la inmigración tiene el poder de sumar hasta US$ 90 billones anuales a la economía mundial, duplicar el producto interno bruto global y disminuir el impacto de la reducción de las barreras para el comercio y los flujos de capital.
La inmigración no solo impulsa la economía, también ha ayudado a potenciar a las mujeres profesionales en las economías del Reino Unido y Estados Unidos durante los últimos 50 años.
El ingreso de mujeres profesionales al mercado laboral ha sido respaldado por un ejército de personal doméstico – comúnmente inmigrante – mal remunerado.
Según la socióloga Lynn Prince Cooke, la ventaja de la creciente desigualdad en los ingresos en las economías de Estados Unidos y el Reino Unido, comparada con Europa continental, ha sido la disponibilidad de la mano de obra de bajo costo para que las mujeres educadas puedan subcontratar sus tareas domésticas tradicionales, desde la limpieza y el cuidado de los niños hasta la preparación de alimentos y la atención a las personas mayores.
Al final del día, ¿dónde trabajarían las “parejas poderosas” sin la mano de obra barata, comúnmente mujeres e inmigrantes, de quienes dependen?
En Estados Unidos, las mujeres educadas se han beneficiado con la disponibilidad de trabajadores inmigrantes no calificados baratos provenientes de Latinoamérica, mientras las mujeres del Reino Unido se han beneficiado de la mano de obra de Europa del Este, precisamente el trabajador inmigrante que los votantes y los gobiernos tienen en su radar. La reducción de la inmigración dejaría una opción: la vida se tornará más difícil para las mujeres profesionales o los hombres profesionales tendrán que ayudar más en las tareas domésticas.
En tanto, los países que necesitan inmigrantes para contrarrestar el descenso en las tasas de fertilidad entre sus habitantes originarios no dispondrán de esta fuente. La fertilidad en Estados Unidos y en el Reino Unido ha caído por debajo del índice de sustitución de 2.1 y la proporción de mujeres sin hijos ha aumentado significativamente. Según la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido, entre las mujeres nacidas en 1940, nueve de 10 tuvieron hijos.
Hacia 1967 se duplicó el número de mujeres que no tuvieron hijos (una de cinco) y, si la tendencia continúa, las estimaciones sugieren que para el 2018, un cuarto de las mujeres de mediana edad no tendrán hijos. En Estados Unidos, según el censo del 2014 de la Oficina del Censo, un 28.9% de las mujeres entre 30 y 34 años no tienen hijos.
Existen varias iniciativas políticas recientes destinadas a estimular a las mujeres occidentales a tener más bebés. Estas incluyen incentivos en dinero en efectivo (como ocurre en Singapur y Turquía), el cuidado infantil subsidiado (popular en Escandinavia y cada vez más en el Reino Unido), licencias remuneradas adicionales e, incluso, canciones nacionales que fomentan la fertilidad y, en Rusia, un día anual destinado a la procreación.
La inmigración y, especialmente la disponibilidad de opciones de servicio doméstico y cuidado infantil, permite a las mujeres occidentales decidir sobre su fertilidad sin una presión excesiva del gobierno. Si las barreras a la inmigración siguen aumentando, existe un riesgo real de que dicha presión se eleve en vez de que disminuya.
En un trabajo reciente, los autores sostienen que el acceso de las mujeres al control de natalidad ha contribuido a un exceso de ahorro y a un estancamiento secular. Es difícil imaginar que los legisladores, enfrentados a desafíos demográficos y a la necesidad de aumentar el crecimiento, busquen la manera de presionar a más mujeres a ser madres.
Los intentos para restringir la inmigración en la era del Brexit y Trump no sólo dañarían la economía, pues también restringirían las vidas de las mujeres profesionales. Si eso sucede, la población masculina tendrá que encontrar la forma de llenar el vacío y el 2017, posiblemente, no sería un año de felicidad conyugal.
Por Victoria Bateman
Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.