(Bloomberg).- ¿Las mujeres son acaso mejores que los hombres manejando el mundo? Puede argumentarse que sí con el ejemplo de Angela Merkel, actualmente la lideresa con más tiempo en funciones –y más popular- de un país del Grupo de los Siete.
Hace diez años, la ex física química celebró sus 50 años escuchando una larga conferencia titulada “El cerebro: un sistema complejo sin director: consecuencias para nuestra imagen personal”.
Un perfil aparecido en el New Yorker en 2005 sobre la estrella política emergente informó que cuando uno de sus rivales por el liderazgo del Partido Demócrata Cristiano de Alemania llamó a último momento para aceptar la invitación de Merkel al evento, ella le dijo que la invitación tenía el propósito de ser “un test de inteligencia”.
El 17 de julio de la semana pasada, para sus 60 años, Merkel también se regaló a sí misma una conferencia –sobre globalización, por Juergen Osterhammel, historiador de la Universidad de Koblenz, quien hizo remontar las raíces de un mundo sin fronteras hasta la Edad Media.
Esta vez, sólo una enfermedad o algún tipo de desastre podía mantener alejados a los más de 1,000 invitados, y el tema de la conferencia demostró que Merkel finalmente había hecho la transición de académica reticente y provinciana a estratega política.
Ya no era un test de inteligencia sino un guiño sutil hacia su contribución a la historia alemana. Durante su gobierno, precisamente, Alemania pasó a ser el país más conectado del mundo por flujos de bienes, dinero, información y gente.
Con un nivel de aprobación de 71% –muy superior al que pueden esperar líderes de otros países industrializados- Merkel no debería necesitar ninguna otra justificación para permanecer en el poder.
Tiene, no obstante, una inesperada: “Tengo, por lo menos hasta ahora, una curiosidad increíble”. No sólo de conferencias intelectuales. Merkel es una política poco frecuente que escucha en vez de hablar, razón por la cual, como es sabido, sus pronunciamientos públicos son insípidos y repetitivos.
A veces, parecería que el presidente ruso Vladimir Putin la llama con tanta frecuencia (también este año para su cumpleaños), porque esas sesiones le resultan terapéuticas.
Difícil de igualar
En sus primeros tiempos como canciller –en una cultura política primordialmente masculina, enérgica y jactanciosa- su consideración en algunos casos confundía.
Su asiduidad para tomar notas en un encuentro de 2006 perturbó a Hartmut Mehdorn, entonces a cargo de Deutsche Bahn, el poderoso operador ferroviario alemán. “Ante semejante pasividad, cabe preguntarse si será capaz de tomar decisiones rápidamente cuando las cosas se ponen difíciles”, dijo.
Las acusaciones de pasividad y “falta de liderazgo” la acosaron también durante la reciente crisis de la deuda europea –pese a que fue Alemania el país que, bajo su sereno liderazgo, emergió como el líder claro de la Unión Europea, capaz no sólo de financiar a los países tambaleantes sino de conducir al bloque hacia políticas más prudentes.
“Tarde o temprano, tanto los observadores extranjeros como los alemanes se acostumbrarán más al ‘liderazgo de bajo impacto’ alemán”, escribió John Kornblum, ex embajador estadounidense en Alemania. “Pero hasta entonces, los observadores de Berlín continuarán desconcertados tratando de establecer si Alemania lidera o no. Yo supongo que así lo quiere Merkel”.
El enfoque de Merkel es, probablemente, el que se tiene en mente cuando se dice que las mujeres son mejores en puestos de poder. En su autobiografía de 2011, Condoleezza Rice –otra mujer en una línea de actividad “masculina”- no la describió como pasiva, sino más bien como paciente y buscadora de consenso, como un negociador incansable y enormemente constructivo.
Rice escribió melancólicamente que habría sido más agradable tratar con Merkel que con Gerhard Schroeder cuando Estados Unidos planeaba la invasión a Irak, pero es evidente que Merkel, pese al conservadurismo de derecha arraigado en el que creció con el comunismo, no está dispuesta a seguir ciegamente a los Estados Unidos. No se enoja cuando reacciona, pero es firme y categórica.
Con Merkel, Alemania pasó sutilmente de ser un país todavía dividido, con grandes visiones y complejos de inferioridad amenazadores, a una sociedad más inclusiva, tolerante y racional capaz de liderar con el ejemplo.
Esos 10 años transcurridos entre las conferencias sobre neurociencias y globalización fueron bien invertidos. Será difícil igualarla, especialmente para un político masculino. Esperemos que su curiosidad perdure.