Grandes empresas tecnológicas lidian con el lado negativo de su crecimiento

De la mano de una mayor importancia sistémica suele venir un mayor escrutinio. Y los gigantes tecnológicos prósperos e innovadores de hoy actualmente enfrentan la perspectiva de esfuerzos redoblados por regular y gravar sus actividades.

Lo que alimenta aún más el crecimiento extraordinario de las grandes tecnológicas es que muchos de sus servicios son ostensiblemente gratuitos. (Reuters)
Lo que alimenta aún más el crecimiento extraordinario de las grandes tecnológicas es que muchos de sus servicios son ostensiblemente gratuitos. (Reuters)

Los impresionantes resultados trimestrales de las mayores compañías de tecnología demuestran que no están ni cerca de saturar sus mercados de consumo, de agotar sus ciclos de innovación o de alcanzar la maduración del crecimiento. Si uno ahonda un poco más verá que esos informes también ilustran la creciente y sustancial importancia sistémica del sector. Sin embargo, para el sector tecnológico, este desarrollo tiene un lado negativo evidente.

De la mano de una mayor importancia sistémica suele venir un mayor escrutinio. Y, por cierto, los gigantes tecnológicos prósperos e innovadores de hoy actualmente enfrentan la perspectiva de esfuerzos redoblados por regular y gravar sus actividades.

Cuanto más tiempo les lleve a estas compañías reconocer su importancia sistémica, mayor la probabilidad de una reacción violenta y más potente de parte de los gobiernos y del público, lo que afectará a las empresas y minará su capacidad para seguir generando innovaciones que impulsen de manera genuina el bienestar de los consumidores.

Cuando el sector tecnológico empezó su evolución hacia una importancia sistémica, estaba conformado por una colección de empresas nuevas y ambiciosas que poseían tecnologías de avanzada. Más allá de alterar los sectores y actividades económicos existentes, estas tecnologías terminaron generando una nueva demanda de los nuevos productos y servicios que tenían para ofrecer.

El historial de las empresas tecnológicas -que una y otra vez demostraban su capacidad para un crecimiento excepcional- les permite atraer una inversión gigantesca. Por ende, no sólo son capaces de fortalecer su posición de mercado en sus actividades principales, sino también de desarrollar capacidades innovadoras en nuevas áreas, al absorber a competidores más pequeños, reales o potenciales. Y algunas hasta son capaces de reinventarse varias veces -y, así, mantenerse de manera consistente en la frontera tecnológica.

Lo que alimenta aún más el crecimiento extraordinario de las Grandes Tecnológicas es que muchos de los servicios de estas compañías son ostensiblemente gratuitos, lo que facilita una rápida adopción por parte de los consumidores. Ayuda que estos servicios muchas veces se pueden ofrecer de la misma manera tanto en el exterior como dentro de su propio país de origen, al punto que el propio concepto de “exterior” se ha vuelto bastante elástico.

Con el tiempo, la rápida acumulación de poder de mercado de las principales empresas tecnológicas ha llevado al nacimiento de oligopolios en algunos sectores, y de actores monopólicos en unos pocos. Su influencia social, económica y hasta política, en algunos casos, se ha disparado. Facebook y Twitter, por ejemplo, desempeñaron un papel central a la hora de convocar a los manifestantes durante los levantamientos de la Primavera Árabe de 2011.

Esto plantea serios riesgos: con todo lo beneficiosas que son las innovaciones de las Grandes Tecnológicas, también pueden servir como importantes canales para que actores estatales o no estatales generen sus propias disrupciones. En la campaña previa a la elección presidencial del año pasado en Estados Unidos, algunas plataformas de redes sociales inadvertidamente permitieron la difusión de desinformación. Y, más amenazador aún, grupos extremistas como el Estado Islámico han apelado a las redes sociales para reclutar gente y con fines de propaganda.

No debería sorprender que las Grandes Tecnológicas tiendan a avanzar mucho más rápido que los gobiernos y los reguladores. Así las cosas, lo que comenzó como una actitud de laissez-faire de desatención benévola -en gran medida, como resultado de una ignorancia y un descuido- está transformándose en algo más enérgico. En la medida que las empresas tecnológicas van alcanzando una importancia sistémica, las actitudes hacia ellas cambian marcadamente.

Este cambio se ha vuelto cada vez más evidente en los últimos años, cuando las firmas tecnológicas importantes enfrentaron un mayor escrutinio de sus prácticas competitivas, su comportamiento impositivo, el uso que hacen de los datos y las políticas de privacidad. También han surgido cuestiones más amplias sobre su contribución al desplazamiento laboral y los efectos en el crecimiento salarial, aun cuando las sociedades cada vez más reconocen que la disrupción tecnológica implica la necesidad de una reforma educativa y de mejoras en la adquisición y reformulación de capacidades.

Sin embargo, el propio sector tecnológico todavía parece subestimar su creciente importancia sistémica. En consecuencia, las empresas pueden demorarse en reconocer la necesidad de actualizar sus operaciones, recursos y mentalidades para que reflejen su transformación de un pequeño agente de disrupción a un actor poderoso y dominante.

Esto significa construir modelos de negocios más abarcadores e integrados, respaldados por talento avezado con experiencia en un conjunto más amplio de sectores, para avanzar más allá del enfoque de estas empresas en la innovación.

Cuanto más tiempo lleve este proceso, mayor será el riesgo de que las empresas tecnológicas pierdan el control de la historia. Más allá de alimentar un aumento del monitoreo, la regulación y la supervisión exterior, existe el riesgo de una reacción negativa de los consumidores -o inclusive la posterior explotación de las innovaciones por parte de actores malintencionados.

En un mundo ideal, las principales compañías de tecnología reconocerían y se adaptarían a su papel cambiante al ritmo de los actores externos, entre ellos los gobiernos y los consumidores. Pero éste no es un mundo ideal. Y, hasta el momento, las fuerzas internas y externas estuvieron desincronizadas, en términos de percepciones, capacidades y acciones. Si a esto le sumamos los prejuicios conscientes e inconscientes y la enorme tentación de una manipulación política, los riesgos de vuelven más profundos.

Las Grandes Tecnológicas pueden y deben desempeñar un papel más importante en cuanto a ayudar a toda la economía a evolucionar de una manera ordenada y beneficiosa para todos. Esto requerirá, antes que nada, que internalicen su propia importancia sistémica, y que ajusten sus perspectivas y comportamientos en consecuencia.

Pero esto también exigirá una mucho mejor comunicación, y que los objetivos y operaciones de las empresas se vuelvan mucho más transparentes. Y, finalmente, requerirá el compromiso de una mejor supervisión de sí mismas y de sus pares, además de una acción colectiva más efectiva cuando fuera necesario.

Si el sector tecnológico no logra llevar adelante estos cambios, la supervisión y regulación gubernamental inevitablemente se intensificarán. Y no está para nada claro que la consecuencia directa sea positiva para la sociedad, mucho menos para los negocios.

Por Mohamed A. El-Erian

Fuente: Foro Económico Mundial / Project Syndicate.

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