La falta de un plan de negocios, no haber hecho un estudio de mercado o aferrarse a una idea de negocio que no tiene futuro pueden llevar al emprendedor al fracaso.
Si bien la carrera del emprendimiento está llena de obstáculos que parecen no terminar, hay emprendedores que han aprendido de sus errores y han decidido cambiar de giro, innovar en su producto y canales de venta o simplemente abandonar esa idea para comenzar de nuevo.
No pensar en el cliente final
En 2004, Vicente Fenoll decidió iniciar un negocio de desarrollo de software para mejorar el sistema de las microfinancieras, pero era tan sofisticado que éstas no querían comprarlo.
Fue durante un viaje a España, donde conoció la experiencia de otros emprendedores que utilizaban Internet para dar servicio a sus clientes, que entendió que algo estaba haciendo mal: tenía que enfocar su producto al cliente final, no a las microfinancieras.
Con esa idea regresó a México y realizó las adecuaciones. “Hay que ser rápido con el fracaso y entender en qué te estás equivocando, cambiar e involucrar al equipo”, dijo.
Aquella plataforma se convirtió en agosto del 2013 en Kubo Financiero, una sociedad financiera popular sin sucursales que opera a través de Internet y tiene 37 empleados. En dos años la empresa ha registrado 1,700 operaciones a través de 1,005 clientes y que ha colocado 38 millones de pesos en préstamo, de los cuales sus acreditados deben 15 millones.
Vender a un nicho equivocado
Lidia Ávila y sus cuatro hermanos vieron que el hobbie de sus padres, preparar dulces de amaranto los fines de semana, podría convertirse en un negocio rentable. Le agregaron un valor agregado: lo hicieron un producto gourmet con amaranto 100% mexicano y nuevos ingredientes. Pero el canal era el equivocado.
“Comenzamos a vender nuestro producto en la calle, competíamos erróneamente con el comercio informal quienes tenían un producto 50% más barato que el nuestro”, dijo Lidia, fundadora de Chikahuak.
Después de una visita a las tiendas y mercados gourmet, se dio cuenta de que estaban equivocando el canal por el cual querían vender sus productos. “Estábamos en un nicho de mercado que no correspondía, no supimos valorar nuestro producto”, aceptó.
La empresa, ubicada en la delegación Xochimilco, se prepara para ampliar su oferta de productos. Hoy produce mensualmente 1,500 barras de alegrías, además de obleas, bombones, canasta de regalos, galletas, trufas y panques.
Emprender sin pasión
Los familiares de Gabriel Haddad eran libaneses y de oficio maquiladores y textileros. Fue así como desde joven comenzó a trabajar en la venta y distribución de telas. En 2005, abrió con sus ahorros una fábrica de telas que se utilizan para rellenos o decoración.
Durante tres años estuvo realizando una actividad que no le apasionaba ni le satisfacía, pues su pasión era la tecnología, porque había estudiado ingeniería industrial. “Me encontraba en un negocio complicado, con una competencia de productos asiáticos fuerte y todos los días tenía que resolver problemas”, dijo.
En 2008 Haddad decidió cerrar la empresa, liquidó deudas con 30 empleados y proveedores y durante 18 meses pensó en qué emprendería.
Optó por iniciar un negocio de tecnología que permite controlar los inventarios de una empresa a través de radiofrecuencia. Con esta tecnología se puede contabilizar 150 objetos por segundo y a una distancia de 12 metros.
“Antes de iniciar un proyecto hay que preguntarnos cuál es tu propósito en la vida, como persona, y si eso que vas a hacer va a cumplir o va a ser un vehículo para alcanzar tu propósito, sino es así no vas a encontrar la motivación para seguir adelante y vas a terminar frustrado”, dijo Gabriel.
Precios altos para un producto tradicional
El emprendedor serial Alberto Álvarez Morphy, quién ha creado e invertido en más de 20 empresas de distintos sectores, no siempre tuvo la mejor de la suerte, pero se considera un emprendedor “necio y nato”.
“Ser emprendedor en México es lo más cercano a ser superhéroe, hay que estar consciente del riesgo que se enfrenta y estar dispuesto a perder”, comentó.
Su primer fracaso comenzó en el 2000 cuando quiso vender queso en restaurantes, pero no tomó en cuenta que se trataba de un producto perecedero y que se tenía que consumir muy rápido. La empresa cerró en seis meses.
Seis años después, inició una cafetería en la colonia Roma, donde vendía tamales a 20 pesos. Pocas personas los consumían y el poco que lo hacía no regresaba por los altos precios. “Cuando decidimos modificar los productos y bajar los precios ya era tarde”, dijo dos años después.
“Nos aferramos al romanticismo, nos aferramos a quererlo hacer funcionar”, confesó.
Actualmente cuenta con una agencia de marketing digital y una empresa de incentivos para empleados, en las dos ocupa las funciones de director general y realiza actividades de vendedor y agente promotor. Además prepara en breve iniciar un negocio de bebidas gourmet.
Tomado de CNN Expansión