(Bloomberg).- Con las temperaturas que arden en este verano boreal, las oficinas combaten el calor de la única forma que conocen: poniendo al máximo el aire acondicionado.
Con todo lo genial que se siente esa bocanada de aire frío al entrar en un día caluroso, muchas oficinas tienden a estar demasiado frías. Esto no tiene que ver solo con la comodidad. Una amplia gama de investigaciones sugiere que existe un vínculo entre la temperatura de un lugar de trabajo y la productividad del trabajador. Si el personal se está enfriando, su producción también se enfriará. El problema se acentúa durante el verano, cuando los edificios de oficinas típicamente hacen volar el aire acondicionado, al mismo tiempo que los trabajadores visten ropas ligeras.
“Dado que somos animales de sangre caliente, existe un rango óptimo de temperaturas para nosotros dentro de los edificios que nos permite sentirnos cómodos”, dice Alan Hedge, director del Laboratorio de Factores Humanos y Ergonomía de la Universidad Cornell. “El problema es que, en muchos edificios, la temperatura realmente no es compatible con la que sería cómoda para los seres humanos o con una temperatura efectiva que promueva la productividad”.
En un estudio del 2010 publicado en la revista HVAC&R Research, Hedge y sus colaboradores calcularon la productividad supervisando las actividades que los empleados realizaban en su computador, considerando también la cantidad de errores que cometían al teclear. Descubrieron que quienes estaban en oficinas con temperaturas bajo los 21°C (70°F) produjeron notablemente menos –y posiblemente con más errores– que sus similares que gozaron de temperaturas más cálidas. Las diferencias fueron muy marcadas.
Aunque el número de pulsaciones de teclas que alguien realiza es una medida imperfecta de la productividad, los trabajadores en una oficina con 26°C (78°F) produjeron más del doble que cualquiera de los otros que trabajaron en un ambiente a 21°C. De hecho, la productividad creció entre junto con la temperatura en forma lineal antes de estancarse sobre los 21°C y volver a bajar cerca de los 26°C.
“Cuando las personas sienten frío, pasarán más tiempo intentando sentir más calor, haciendo cosas como frotarse las manos o moverse por la oficina”, dijo Hedge. “Estas acciones no son malas, pero desenfocan del trabajo. El frío es distractor”.
El problema dio origen a nuevas soluciones como Comfy, una aplicación que pretende otorgarles a los oficinistas un control personalizado de la temperatura de sus áreas de trabajo, en vez de darle el control a la administración. Y, si no se toma en cuenta la ineficiencia inherente en recalentar aire acondicionado, existe un número de calentadores de espacios pequeños diseñados para adaptarse a los cubículos. Los modelos más pequeños de marcas como Lasko y Tornado son lo suficientemente minúsculos para evadir la supervisión de las estrictas normas de la oficina referentes a los aparatos de uso personal.
Para aumentar la comodidad y la productividad, Hedge también sugiere cubrir partes del cuerpo que son más sensibles al frío, como la parte posterior del cuello al igual que los tobillos y los codos descubiertos. Si puede cambiar las sillas de la oficina, los asientos tapizados permiten que el cuerpo mantenga más calor que los modelos de malla ultrarrespirables.
Sin embargo, el secreto para resolver este problema para siempre –más los impactos ambientales, en los costos, comodidad y productividad que conlleva– sería una idea que llega desde Japón: la campaña “Cool Biz”, lanzada en el 2005, exige que las oficinas públicas operaran a temperaturas cercanas a 27.7°C (82°F).
En muchos casos ha sido un éxito, ahorrando dinero a las empresas, reduciendo las emisiones de CO2 e, incluso, impulsando la demanda por el vestuario denominado Cool Biz, diseñado para ayudar a los trabajadores a mantenerse cómodos en oficinas cálidas. Si la investigación es correcta, la iniciativa también ayudaría a que los empleados fueran más productivos.