The Economist: A ponerse al día

Para volver a ser relevantes los economistas tienen que tener en cuenta la realidad política.

Ahora el desempleo es apenas 4.7% y tanto el crecimiento como la inflación se están acelerando.
Ahora el desempleo es apenas 4.7% y tanto el crecimiento como la inflación se están acelerando.

Cada enero, la Asociación Estadounidense de Economía (AEA) reúne a más de 10,000 economistas en su conferencia anual. Este año, el evento fue en Chicago, a unos pasos de su segundo edificio más alto — una torre Trump —. La mayoría de estudios que se discutieron fue elaborada hace meses, de modo que en pocas sesiones se abordó el terremoto electoral de noviembre.

Pero sí hubo una sensación renovada, tras no haber podido predecir la crisis del 2007-08, de que esta rama académica está sufriendo su propia crisis. La elección de Trump fue vista como una derrota de la liberalización y la globalización, y por ende, de la profesión que las promovió. Si los economistas desean volver a ser relevantes y útiles, la modestia mostrada en Chicago tendrá que provocar una autorreflexión muy profunda.

Si bien sus teorías siempre determinaron que la globalización generaría ganadores y perdedores, a demasiados economistas les preocupó que enfatizar los costos afectaría el apoyo a las políticas liberales. Y su defensa cerrada frente a las críticas debilitó la discusión de medidas mitigatorias, las cuales hubieran protegido la globalización de los ataques de Trump.

Quizás las mayores omisiones son las preguntas que no se hacen. La mayoría de analistas económicos excluye la política de sus modelos. Lo dijo el Premio Nobel Joseph Stiglitz en uno de los paneles: los economistas no solo necesitan prestar atención a lo que es teóricamente factible, sino también a lo “que es probable que ocurra, teniendo en cuenta cómo funciona el sistema político”.

Los investigadores de temas de relevancia política —desde los efectos globales de la apreciación del dólar hasta la producción de noticias falsas—, prometieron en Chicago que realizarán estudios más actualizados. Un ejemplo reciente: inmediatamente después de las elecciones, David Autor, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y otros analistas, publicaron un estudio que compara los resultados de la votación por distrito electoral con data que evalúa su exposición a las importaciones de bienes chinos.

En una ponencia, el saliente presidente de la AEA, librepensador y Premio Nobel Robert Shiller, sugirió que los economistas deberían reflexionar con mayor profundidad sobre los factores que afectan la conducta humana. Sin embargo, puntos de vista como este son escasos.

Así, los economistas debatieron en Chicago los efectos de la expansión fiscal que se espera en el Gobierno de Trump. Lo que casi no se discutió fue por qué un gasto deficitario que en el Gobierno de Obama parecía políticamente imposible, hoy figura en la agenda política.

Hace pocos años, tal expansión fiscal hubiera impulsado la economía estadounidense, que luchaba por superar su débil crecimiento y su inflación cercana a cero, pero ahora el desempleo es apenas 4.7% y tanto el crecimiento como la inflación se están acelerando.

Los economistas parecen sentir que tales preguntas políticas no son parte de su área de interés. Pero la política ayuda a determinar el valor de las recomendaciones de política económica. Por ejemplo, muchos rubros del plan de estímulo del primer mandato de Obama fueron escogidos porque se previó que tendrían un alto efecto multiplicador; pero ese gasto casi no fue percibido por los votantes quienes, en consecuencia, apenas tenían idea de si se estaban beneficiando.

Esto facilitó que el estímulo fuese demonizado, impidiendo nuevos intentos de impulsar el gasto fiscal, lo cual afectó el mercado laboral. En suma, las medidas que se ven efectivas cuando no se toman en cuenta las restricciones políticas, pueden ser todo lo contrario en la realidad.

Algo similar ocurre con los economistas que analizan la amenaza que la inteligencia artificial podría imponer al empleo. Pero lo están haciendo en términos casi puramente económicos, pese a que el impacto político podría probar ser más interesante e importante. En lugar de modelar una economía donde las máquinas hagan el 100% del trabajo, valdría la pena pensar los potenciales efectos políticos de un mundo en el que, digamos, el 20% de la fuerza laboral esté privada de empleos relevantes.

Muchos economistas rehúyen esas preguntas y tratan la política como la física: algo económicamente importante pero que, fundamentalmente, es un asunto de otras ciencias. Claro que ignorarla hace irrelevantes las recomendaciones de política económica, de modo que ampliar el rango de investigación dentro de la profesión se hace esencial.

A algunos les preocupa, justificadamente, que tener más en cuenta la política podría destruir la credibilidad que les queda a los economistas como expertos imparciales y apolíticos. Pero nada mejoraría más la reputación de los economistas que modelos que semejen la realidad y predigan resultados de importancia crítica.

Las instituciones políticas y sociales son mucho más difíciles de modelar y cuantificar que los mercados laboral o de commodities. Pero un enfoque cualitativo podría ser mucho más científico que las ecuaciones que ofrecen poca guía de cómo será el futuro.

Donald Trump basó su campaña en criticar la inutilidad de los expertos (quizás gobierne igual). Para prepararse para cuando la experiencia vuelva a ponerse de moda, los economistas deberán renovar su compromiso de generar conocimiento relevante.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
*© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2017*

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