Fue en la pasada primavera (boreal) cuando Donald Trump se refirió a Ford Motor Company y comentó que sus planes de construir una planta en México eran “absolutamente deplorables”. El ahora presidente electo de Estados Unidos prometió que eso no sucedería si él ganaba las elecciones.
En ese entonces, se consideraba destacable que el candidato pensase que podía darle órdenes a una compañía de la magnitud de Ford. El 3 de enero, la automotriz anunció la cancelación de su proyecto de inversión de US$ 1,600 millones en el estado mexicano de San Luis Potosí e informó que en lugar de ello, invertirá US$ 700 millones en una planta existente en Flat Rock, Michigan, para ensamblar autos eléctricos y autónomos.
Sin embargo, la maniobra de Ford parece obedecer más a factores económicos y financieros que a las presiones de Trump. Si bien sus amenazas a las grandes corporaciones estadounidenses son totalmente reales y la compañía automotriz habrá ganado mucho favor de parte del presidente electo con su decisión, esta puede explicarse principalmente en términos operativos.
El plan original consistía en que la nueva planta en México se iba a dedicar a ensamblar, mayoritariamente, autos Ford Focus. Estos son vehículos pequeños de pasajeros, de la llamada “clase turista”, cuya demanda ha caído gracias al enamoramiento de Estados Unidos con los vehículos deportivos utilitarios (SUV), los crossover y las camionetas pick-up, así como a la caída del precio de la gasolina.
En consecuencia, la cancelación de la inversión en la nueva planta se parece más a una decisión que Ford ha tomado para reducir su exposición al riesgo que presenta el mercado de autos pequeños en América del Norte (Estados Unidos y Canadá) que para disminuir su presencia en México, sostiene George Galliers, del banco de inversión Evercore.
Además, la compañía tiene previsto trasladar la producción del Ford Focus de su planta en Wayne, Michigan, a una que tiene operando (desde 1980) en Hermosillo, capital del estado mexicano de Sonora.
Con respecto a la modernización de las instalaciones en Flat Rock, donde la automotriz ha resaltado que se crearán 700 puestos de trabajo, cabe recordar que en diciembre del 2015 ya había anunciado que invertiría en electrificación y en trece vehículos eléctricos. En suma, vincular una planta en Estados Unidos para dichos proyectos con la cancelación de la que iba a construir en México parece una muy buena salida del aprieto.
Temido arancel
Es indudable que la situación será muy complicada para los fabricantes globales de vehículos si Trump intenta cumplir su promesa de campaña de imponer un arancel de 35% a los autos que Estados Unidos importa desde México.
En el 2015, este país exportó 2.7 millones de vehículos, de los que el 80% tuvo como destino el mercado norteamericano.
Al aparecer de rodillas frente al nuevo jefe de jefes, el CEO de Ford, Mark Fields, podría abrigar la esperanza de que la amenaza del arancel se mantenga alejada —y que la compañía recibirá otros favores, tales como regulaciones sobre emisiones de gases contaminantes menos estrictas—.
“Tenemos un presidente elector que ha dicho muy claramente que uno de sus primeras prioridades es hacer crecer la economía. Eso debería ser música para nuestro oídos”, ha declarado Fields con entusiasmo.
El siguiente en la línea de fuego es General Motors, el mayor fabricante de vehículos de Estados Unidos, que en el 2013 dijo que invertiría US$ 5,000 millones en México durante seis años. La semana pasada, Trump lo criticó por realizar la mayor parte del ensamblaje del Chevy Cruze, otro auto compacto, al otro lado de la frontera.
“¡Fabríquenlo en Estados Unidos o paguen grandes impuestos fronterizos!”, tuiteó. Sin embargo, esta compañía podría encontrar difícil igualar la hábil maniobra de Ford.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2016