Cuando Donald Trump, tres días después de asumir la presidencia, sacó a Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP), un tratado de libre comercio de doce países que su predecesor Barack Obama quiso dejar como su legado en Asia, fue el cumplimiento de una promesa electoral.
“Lo que acabamos de hacer es algo bueno para el trabajador estadounidense”, dijo Trump, al renunciar por escrito a nuevos mercados para los fabricantes automotrices, agricultores y compañías farmacéuticas de Estados Unidos, junto con la perspectiva de más de 100,000 nuevos empleos en ese país.
Entre los otros once miembros, la conmoción no fue solo por la hostilidad del nuevo presidente al papel histórico de Estados Unidos como promotor de un orden comercial abierto y basado en reglas, del cual la región Asia Pacífico ha sido la mayor beneficiaria.
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Sin Estados Unidos, que representaba las tres quintas partes del PBI combinado del bloque, el TPP “no tenía sentido”, en palabras del primer ministro japonés Shinzo Abe. Después de todo el esfuerzo y capital político puesto en elaborar el acuerdo –que fue firmado a finales del 2015, pero que solo Japón ha ratificado– el TPP estaba ahora listo para ser enterrado, según coincidieron casi todos.
Reavivamiento
Qué diferencia hace tres meses. La semana pasada en Toronto, los miembros sobrevivientes (Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam) se reunieron para buscar maneras de avanzar con la asociación sin Estados Unidos. A finales de mayo, se reunirán de nuevo para una reunión más sustancial en Hanoi. Allí, se prevé que el TPP confunda a los enterradores y se levante de entre los muertos.
Eso puede parecer extraño. Después de todo, aunque Trump estaba convencido de que el TPP era pésimo para Estados Unidos, fueron los otros miembros los que habían hecho la mayor parte de “concesiones” en términos de apertura de mercados. Lo hicieron porque el mercado estadounidense es un gran premio. (Sus propios aranceles también son perjudiciales para los consumidores, pero esto nunca parece importar políticamente).
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Algunos, incluyendo a Japón, también vieron al TPP como una señal del compromiso estratégico de Estados Unidos con la región frente a una China en ascenso. Así que prometieron reducir las barreras, abrir sus industrias de servicios a la inversión y competencia, fortalecer la protección de patentes y reforzar los estándares ambientales. Realmente fue, como dijeron sus impulsores, un acuerdo “modelo de excelencia”.
Sin embargo, Deborah Elms del Asian Trade Center, un grupo de asesoría comercial en Singapur, dice que las ganancias de los restantes once miembros del TPP seguirían siendo grandes, incluso sin Estados Unidos (como son las ganancias a las que renuncia EE.UU. en varios sectores, incluyendo alimentos y servicios). Las ganancias se aplican incluso al miembro más pobre, Vietnam, cuyas industrias de prendas de vestir y calzado, respaldadas por mano de obra barata, se beneficiarían del acceso a los mercados de los otros miembros ricos.
Por ejemplo, señala Elms, Australia tiene un arancel de 9.5% para los trajes de baño. Asumiendo que cada persona que adora ir a la playa tiene tres o cuatro trajes, solo Australia representa un gran mercado potencial para bikinis y trusas de baño vietnamitas.
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Incluso algunos aspectos de implementar un acuerdo sin EE.UU. podrían resultar más fáciles. Un ejemplo: un Vietnam comunista se vio obligado a aceptar una “carta complementaria” con Estados Unidos insistiendo en estándares laborales más altos, incluyendo sindicatos independientes. Después de la retirada de Estados Unidos, esta incómoda obligación desaparece.
Sin embargo, la mayoría de los países se han mostrado tímidos al tomar la iniciativa de reanimar el TPP –con todo el respeto a la minúscula Nueva Zelanda, siempre un incansable defensor del comercio abierto. Para varios miembros, incluyendo Singapur, Malasia y Vietnam, una de sus principales preocupaciones es que un reanimado grupo no sea visto como una afrenta a China. Para Japón, en cambio, ese es precisamente el punto, aunque nunca lo admitirá en público. Su mayor preocupación, dada su dependencia de la seguridad estadounidense, es que no debe ser visto como anti-Trump.
En este punto fue beneficiosa la gira en febrero de Abe por los campos de golf en Mar-a-Lago con el presidente estadounidense. Su declaración conjunta se refirió luego a que Japón “seguirá avanzando el progreso regional sobre la base de iniciativas existentes”.
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En otras palabras, Trump dio su bendición a Japón para tratar de mantener el TPP. La reunión de Hanoi es una iniciativa japonesa. La mayoría de los demás miembros, una vez con la certeza de que un reanimado TPP no sería ni anti-China ni anti-Trump, parecen listos a seguir con la iniciativa.
Otro conjunto de negociaciones multilaterales está en marcha para liberalizar el comercio en Asia: la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). Algunos lo llaman erróneamente una iniciativa dirigida por China, y en consecuencia sospechan de ella.
De hecho, como subraya Bilahari Kausikan, un embajador plenipotenciario de Singapur, esta iniciativa está dirigida por la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) de diez miembros y tiene la intención de fusionar los acuerdos de libre comercio existentes que la ASEAN tiene con otros seis países. Uno de los países es de hecho China. Pero otros cuatro (Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) son aliados estadounidenses, mientras que el sexto, la India, como dice Kausikan, es “apenas una marioneta china”.
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Otros piensan que hay margen para que el TPP y RCEP se acerquen o incluso se fusionen, dado que comparten siete miembros. Pero el RCEP está lejos de ser un modelo de excelencia. El TPP abriría todos los servicios a todos los miembros. Por el contrario, las negociaciones del RCEP se realizan a paso de caracol desde un nivel bajo. Fue visto como un gran avance, señala Elms, cuando los miembros de la ASEAN acordaron entre sí permitir la competencia extranjera en el mercado de las entregas de alimentos en bicicleta.
Mientras tanto, hay mucho que hacer antes de que el TPP vuelva a surgir. No menos importante, el equipo sobreviviente de once países necesita encontrar una frase para lidiar con el hecho de que el acuerdo del 2015 habla de doce miembros. Sin embargo, debería ser posible una solución provisional.
Y para algunos, un incentivo es la esperanza de que una futura administración en Washington, consciente de los daños que el retiro de Trump ha causado a la credibilidad de Estados Unidos, se volverá a interesar en el comercio asiático. Por ahora, mientras los once se preparan para hacer el intento, pueden consolarse con la idea de que si no hubiera sido por la presión estadounidense durante las negociaciones originales, no habría acuerdo que reanimar ahora.