Tomado de El Cronista de Argentina
Red Iberoamericana de Periodismo Económico (RIPE)
Reducir el nivel de la pobreza del 54% al 27% en una década, mientras que los salarios crecían al 6% anual y la economía duplicaba su tamaño (se espera un crecimiento del 6.3% en 2013) no son cosas de todos los días. Las estadísticas también muestran que de 1991 a 2011 (dos décadas), el PIB por habitante se multiplicó por cuatro (de US$ 1,500 a u$s 6,000)
El país que más ha crecido en América Latina luce tasas realmente fuera de lo común, con 14 años de elevado crecimiento, baja inflación, reservas crecientes, un sistema financiero saneado y un exitoso proceso de integración con sus vecinos. Pero no todas son rosas en este ciclo que recuerda en algunos aspectos a los ’90 en la Argentina.
En estos tiempos en que se celebran las “décadas ganadas”, vale la pena echarle un vistazo a lo que ha logrado Perú en estos últimos diez años, porque sus estadísticas son bastante impactantes, tanto desde el punto de vista macroeconómico como financiero y social. A tal punto que el país se ha convertido en el líder de crecimiento de toda América Latina, con resultados como haber reducido a la mitad el nivel de pobreza y haber duplicado el tamaño de su economía en tan sólo una década.
El secreto del éxito peruano reside en una extraña combinación de factores, entre los cuales se pueden incluir una coyuntura internacional positiva, políticas públicas que beneficiaron la inversión y la iniciativa privada y, lo más exótico del caso peruano, una clase política que fue capaz de vencer prejuicios ideológicos para convertirse en la más pragmática de la región. Esto permitió la obtención de consensos mínimos en materia de políticas de Estado, algo que probablemente sea la condición más importante –aunque no suficiente– de este éxito económico.
En ese sentido, llama la atención cómo lograron modificar sus puntos de vista los dos últimos presidentes (Alan García y Ollanta Humala, actualmente en ejercicio), quienes hicieron un giro de 180 grados en su forma de ver el rol del Estado en la economía.
García tuvo una primera presidencia durante la segunda mitad de los años ’80, la cual estuvo signada por un fuerte intervencionismo público, pero que terminó desembocando en una severa crisis hiperinflacionaria (similar a la de la Argentina de 1989) y la mayor caída del PIB peruano en 50 años.
En cambio, cuando en 2006 inició su segundo mandato, abrazó el pragmatismo y mantuvo muchas de las políticas económicas de su predecesor en el cargo (Alejandro Toledo), alcanzando parte del espectacular crecimiento económico de esta última década (“Perú se convirtió en una extraordinaria historia de éxito”, afirmó Barack Obama en 2010).
Y en cuanto a Humala, a quien García derrotó en 2006, era considerado un extremista en materia de intervención del Estado (“Tenemos que defender nuestro país de la globalización”, afirmó durante la campaña) que lideró un golpe militar falllido en 2000, pero que llegado el momento de tomar el poder, también abjuró de su fe socialista y se volvió tanto o más pragmático que su antecesor.
“El Perú cambió y yo con él”, afirmó el actual presidente, uno de los impulsores de la “Alianza del Pacífico”, bloque comercial formado por Perú, Colombia, Chile, México y Costa Rica que está negociando crear un mercado de libre comercio, proceso de integración en el que el Mercosur quedó rezagado.
Reducir el nivel de la pobreza del 54% al 27% en una década (tres millones de peruanos dejaron de ser pobres para formar parte de la clase media), mientras que los salarios crecían al 6% anual y la economía se duplicaba de tamaño (se espera un crecimiento del 6,3% en 2013) no son cosas de todos los días. Las estadísticas también muestran que de 1991 a 2011 (dos décadas), el PIB por habitante se multiplicó por cuatro (de u$s 1.500 a u$s6.000).
Números que impactan
Las causas de este círculo virtuoso tienen que ser buscadas en una excepcional coyuntura internacional, gracias al formidable incremento de la demanda de commodities por parte de China (“Perú es hoy el tercer mayor destino mundial de la inversión extranjera directa en minería”, según PriceWaterhouseCoopers), pero también en las políticas aplicadas, que fomentaron la inversión privada (en 2012 cayó un 3,6% la actividad de fusiones y adquisiciones en toda América Latina, excepto en Perú, donde creció más del 10%).
Las políticas de Estado que se mantuvieron a pesar de los cambios de gobierno fomentaron el liberalismo económico (al estilo de los años ’90 argentinos), con incremento de reservas internacionales (por la apreciación del nuevo sol, la moneda peruana) y baja inflación. La llegada de IED también potenció este crecimiento que ya lleva 14 años y el desarrollo de un mercado de capitales (gracias también a la creación de un sistema de jubilación privada, similar al que existió en la Argentina hasta 2008). El optimismo que hoy se vive en la población lo marcan las encuestas: la mitad de los peruanos cree que su país se convertirá en desarrollado antes del año 2025, según un estudio de la consultora CCR.
Muchos economistas hablan del “milagro peruano”, pero a la luz de otros casos anteriores en la región (como por ejemplo el “milagro argentino” de los ’90) conviene ser más cautos.
La comparación con la Argentina de la Convertibilidad no es casual, más allá de que la moneda peruana no esté anclada al dólar. Porque la contracara de este fabuloso crecimiento son algunas de las debilidades de aquel modelo argentino.
En primer lugar, su excesiva dependencia de los commodities (en el caso de Perú, minerales) puede generar problemas una vez que se revierta el actual ciclo alcista. Pero además, la dependencia de la minería (representa 75% de las exportaciones) está generando problemas sociales relacionados con la contaminación de las áreas explotadas; tampoco ha permitido reducir la brecha de desigualdad socioeconómica, la cual se mantiene amplia entre las ciudades de la costa (que sí aprovecharon el boom económico) y la población rural (si en Lima hay solamente un 7% de viviendas sin agua potable, en la región más pobre del país alcanza al 80%).
Para que el modelo se sostenga en el tiempo, hará falta invertir más en educación y en mejorar las infraestructuras, que a la larga impulsan la competitividad y el crecimiento sustentable. El ejemplo fallido de la Argentina de los ’90 puede servir para evitar el mismo desenlace.