Chile necesita más que una victoria en el fútbol para recuperar su atractivo

Por un momento, todo pareció estar bien durante el último fin de semana en Chile. El angosto país acababa de ganar la Copa América por primera vez en los 99 años de historia del torneo. Había en juego más que un trofeo.

(Bloomberg) El defensor Jorge Rojas lo expresó muy bien: “Siempre nos han castigado las desgracias. Merecíamos disfrutar de esta felicidad”.

Lamentablemente, esto podría ser un breve consuelo para esta nación de 17 millones de habitantes que se ha visto azotada por inundaciones, sequías, terremotos y erupciones volcánicas… y ahora por una brusca caída económica, acelerada por el retroceso chino.

Sin embargo, muchas de las actuales desgracias de Chile también son obra suya. Para empezar, está el escándalo por el tráfico de influencias y el financiamiento de la campaña que se ha extendido por el congreso, las salas de directorio y la familia de la presidenta Michelle Bachelet, obligando a su hijo a renunciar como director de asuntos sociales y culturales. El caso parecería nimio frente al colosal complot de corrupción y sobornos de la petrolera brasileña Petrobras, pero ha conmocionado a un país poco acostumbrado a una corrupción pública tan ostensible.

Para agravar las cosas, justo cuando Bachelet –dirigente muy respetada por su honestidad- se esforzaba para poner las cosas en orden removiendo a la mayoría de su gabinete y dictando medidas anticorrupción, la economía dio un giro para peor.

El gasto de los consumidores ha bajado, los precios están aumentando, los puestos de trabajo desaparecen y, como informó Javiera Quiroga de Bloomberg News, ni las generosas inyecciones de estímulo fiscal ni ocho rebajas consecutivas de las tasas de los préstamos bancarios han revertido la caída.

Burbuja de esperanza
Bachelet llegó al poder montada en una burbuja de esperanza en un país bendecido por dos décadas de estabilidad y creciente prosperidad pero que ansiaba algo más audaz. Eso fue lo que impulsó a millones de estudiantes universitarios a salir a la calle entre 2011 y 2013 y arrinconó al entonces presidente Sebastián Piñera, conservador favorable al mercado. Bachelet sintió su dolor y se embanderó con la demanda de los estudiantes de educación gratuita y universal hasta llegar a la presidencia.

Para pagar ese y otros beneficios, propuso un aumento de impuestos y una reforma constitucional que acababa con las leyes sancionadas por el general Augusto Pinochet, uno de los dictadores más odiosos del mundo.

Los chilenos parecen menos entusiasmados con estas medidas. Ahora Bachelet está atrapada entre el público y los manifestantes. Elegida con el 62 por ciento de los votos, su porcentaje de aprobación se desplomó a 23 por ciento en junio, subiendo ligeramente por reflejo de la Copa América.

Los chilenos tienen razón en querer algo más que ser el mejor domicilio en un mal vecindario, como expresó Eduardo Thomson de Bloomberg. Quieren cambiar sin perder lo que los hizo brillar.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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