(Bloomberg).- Cuando el presidente Mauricio Macri asumió el poder en Argentina en diciembre, se enfrentó a dos monstruos que sus 44 millones de compatriotas conocen muy bien. El primero fue una economía devastada por derrochadores, que había sumido las finanzas públicas en el caos y luego cubierto el desastre con estadísticas mágicas.
El segundo fue el dilema de cómo restaurar un gobierno sensato sin infligir más sacrificio en una sociedad ya castigada, cuyas dificultades predijeron los oponentes populistas de Macri y que son maestros en explotar.
Argentina no está sola en este dilema. Cuando el auge de las materias primas registrado en la última década se derrumbó, los líderes que desaprovecharon la bonanza cayeron en desgracia en toda América Latina.
Ahora las nuevas administraciones en Brasil, Perú y Paraguay –y quizás algún día en Bolivia, Ecuador y Venezuela– deben convencer al pueblo de que su inclinación hacia la austeridad es mejor que la inclinación de los populistas extravagantes a los que se oponen.
“A lo largo de la historia hemos visto el péndulo político oscilar del populismo a la intervención tecnócrata, que a menudo termina generando más frustración y más populismo”, dijo el historiador argentino Federico Finchelstein, de la New School for Social Research en Nueva York. “Ahora estamos en el momento tecnócratas”.
Macri sabe lo que está en juego. Esa es la razón por la que hizo campaña con la promesa no sólo de rescatar la economía de Argentina, sino también de detener la caída del país en la miseria social.
En el primer recuento, lo ha hecho admirablemente, devaluando pronunciadamente el inflado peso, adelgazando la burocracia y recortando los generosos subsidios a la electricidad y el transporte. También llegó a un arreglo con los acreedores que se negaron a participar en el acuerdo inicial, poniendo fin a una década y media de la guerra fría del país con los mercados financieros globales.
Desde entonces, el país ha vuelto al mercado de bonos, la construcción está mostrando signos de recuperación e incluso la irritable oposición argentina se ha quedado tranquila brevemente. “Veo tanta alegría”, dijo a los líderes empresariales en un importante encuentro de inversores que Argentina acogió el mes pasado.
Aunque el ajuste de cinturón fue alabado por los líderes empresariales y de Washington, puede tener un costo. La devaluación de la moneda avivó la inflación, erosionando los salarios de los trabajadores, mientras que los recortes de subsidios en las concesionarias de energía eléctrica han afectado a los presupuestos familiares. Cerca de 100,000 puestos de trabajo del sector formal han sido eliminados desde el pasado mes de diciembre. Y lo que es más inquietante, la pobreza ha empeorado. A finales del mes pasado, la oficina del censo informó que cerca de un tercio de la población urbana de Argentina vive por debajo del umbral de la pobreza.
Es importante señalar que Macri no creó la pobreza; simplemente dejó de ocultarla. Los latinoamericanos conocen ese truco. Venezuela ha estado maquillando los datos del censo y del crimen desde los tiempos de Hugo Chávez, y Dilma Rousseff, en Brasil, dejó el cargo en agosto por ordenar a los bancos públicos que cubrieran los déficit presupuestarios.
Pero el juego de manos alcanzó nuevos mínimos en Argentina, donde Néstor Kirchner (2003-2007) y luego su esposa y sucesora, Cristina Fernández (2007-2015) utilizaron las estadísticas igual que los cirujanos plásticos usan Botox. Purgaron el respetado Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y en 2013, el gobierno dejó de publicar por completo los datos sobre la pobreza.
La decisión de Macri de rehabilitar las cifras de Argentina se ha ganado la aprobación del Fondo Monetario Internacional. Pero sabe que el aplauso por esa transparencia puede tornarse rápidamente en ira y rechazo social si no hay resultados. Ha moderado la austeridad ampliando los subsidios en efectivo para 1.5 millones de niños más de familias de bajos ingresos. También protegió a los hogares más pobres de mayores subidas en las tarifas eléctricas y puso en marcha una pensión universal para los mayores de 65 años, incluso aunque nunca hayan contribuido a la seguridad social.
Para ayudar a pagar estas ayudas, se ofreció una amnistía fiscal a los argentinos que repatriaran dinero enviado al exterior. Macri admite ahora que eliminar la pobreza, una promesa de su campaña, es un “objetivo a largo plazo.”
A pesar de estos nuevos lineamientos en la escasa red de seguridad de Argentina, la pobreza podría ser todavía peor. Casi la mitad de los niños menores de 14 años son pobres, aunque la población está envejeciendo. “Para 2040 vamos a tener más ancianos que adultos económicamente activos”, me explicó Gala Díaz Langou, director del programa de protección social en el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), un think-tank independiente.
No es sorprendente que los adversarios de Macri se hayan aprovechado de las cifras económicas sombrías para manifestarse en contra de la austeridad, tildándolo de neoliberalismo salvaje. Los sindicatos están hablando de convocar una huelga general, una herramienta política de larga tradición en Argentina para acorralar a gobiernos en apuros.
Incluso las mejores políticas de bienestar servirán de poco a menos que Argentina pueda restañar su hemorragia fiscal y estabilizar la moneda. “Fue la falta de ajuste fiscal lo que llevó al país a donde está hoy”, dijo Alberto Ramos, analista para América Latina en Goldman Sachs. Macri se merece un respiro para organizar las reformas y reparaciones económicas que Argentina necesita para prosperar de nuevo. Esperemos que pueda hacerlo sin despertar al monstruo populista.
Mac Margolis