(Bloomberg).- La próxima semana se cumple el 75° aniversario del ataque a Pearl Harbor que provocó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, los dos principales adversarios en aquel conflicto, Alemania y Japón, tendrán que adoptar un papel más prominente en la defensa del orden internacional que Estados Unidos estableció tras su victoria.
El presidente electo, Donald Trump, que adoptó en su campaña el eslogan aislacionista “Estados Unidos primero”, ha manifestado con frecuencia su desacuerdo con las muchas responsabilidades de Estados Unidos en la escena mundial.
Trump ha insinuado que las alianzas estratégicas del país sólo valen lo que los aliados de Estados Unidos estén dispuestos a pagar por ellas, que los acuerdos comerciales deben eliminarse y reemplazarse por guerras de aranceles y que la democracia y los derechos humanos importan menos que las buenas relaciones con autócratas como Vladimir Putin de Rusia, Recep Tayyip Erdogan de Turquía o Bashar al-Assad de Siria.
Sin duda, es enteramente posible que el presidente Trump vea el papel de Estados Unidos en la escena mundial de una forma distinta al presidente electo Trump. Y casi huelga decir que Estados Unidos sigue siendo, por orden de magnitud, el país más poderoso del mundo desde un punto de vista económico, militar y cultural.
Dicho esto, y dado el valor que Trump concede a la incertidumbre, Alemania y Japón tendrán que hacer lo posible para llenar el vacío que deja una retirada de Estados Unidos. Ambos países comparten el interés común de reforzar la seguridad regional.
La inclinación de Trump hacia Putin y su escepticismo respecto a la OTAN aumentará la presión sobre Alemania para que se mantengan las sanciones a Rusia y para aumentar el gasto alemán en defensa. Japón deberá trabajar con un presidente de Estados Unidos caprichoso y sin credenciales en el tema de Corea del Norte, mientras su vecina del sur se tambalea ante el escándalo político. Para mantener a raya la sed aventurera de China, Japón también deberá reforzar la cooperación estratégica en el sudeste asiático.
La fanfarronería de Trump respecto al comercio pone de manifiesto las dificultades crecientes para la integración económica mundial, la cual se estaba desacelerando incluso antes de las elecciones y es un gran motivo de preocupación para la tercera y cuarta de economías del mundo.
En Europa, Alemania tendrá que mostrarse más flexible ante los problemas fiscales a los que se enfrentan los miembros de la Unión Europea y las negociaciones para la salida del Reino Unido del bloque europeo. Ante la escabullida de Trump del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, de sus siglas en inglés), Japón debería asumir el liderazgo en la consecución de un acuerdo comercial de alto nivel con otros miembros del TPP, lo que también fomentaría la estabilidad regional.
Alemania y Japón son, desde hace largo tiempo, discretos abanderados de la democracia y los derechos humanos. Ante las duras posiciones de Trump en temas como la tortura, los refugiados de Siria y la ayuda internacional, estas dos naciones tendrán que ser más asertivas en sus posturas, como lo hizo la canciller alemana, Angela Merkel, en la ácida felicitación al futuro presidente tras las elecciones, al decir que la cooperación con Estados Unidos dependerá de unos principios básicos comunes.
Una elección presidencial de Estados Unidos, incluso una tan dramática como la de este año, no puede deshacer un orden internacional que se ha forjado durante más de setenta años.
Pero Donald Trump puede alterar ese orden, y lo hará. Y cuando sus medidas resulten peligrosas, Alemania y Japón podrían ser los países mejor posicionados para proteger los mismos valores de democracia, libertad y respeto al Estado de derecho por los que se enfrentaron en una guerra con Estados Unidos en el pasado.