“Si no hubiera alimentos desperdiciados, podríamos alimentar a todos los pobres en el mundo”
Jürgen Schuldt, economista de la UP, ensaya sobre una contradicción global: la mayoría de gente bota bienes a mitad de su ciclo de vida, mientras la pobreza y el hambre se mantienen. “Es la gran paradoja del mundo”, dijo.
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Por: Richard Manrique
Jürgen Schuldt acaba de publicar el libro “Civilización del desperdicio: psicoeconomía del consumidor”. Allí parte de la gran paradoja de estos tiempos: hay un tendencia de botar excesivamente a la basura bienes peredecederos (subconsumo relativo) y de guardar bienes duraderos aún con utilidad (capacidad ociosa de consumo), mientras al otro margen se mantiene la pobreza y el hambre.
En esta primera parte de la entrevista dada a Gestion.pe, el economista de la Universidad del Pacífico explica el tema desde el lado de la demanda y, posteriormente, en otras entregas, abordará el tema desde el lado de la oferta. Y, finalmente, las propuestas de política pública.
¿La “Civilización del desperdicio” es una distorsión natural o inducida?
Yo creo que intervienen los dos factores. Es inducida porque la dinámica del capital y el comportamiento de los consumidores nos llevan a eso. Y natural porque los seres humanos no somos como nos dibujan los economistas: un Homo Oeconomicus. No somos racionales, no tenemos una voluntad férrea y nos dejamos influir. Eso hace que desperdiciemos. Y encima hay una tendencia a que unos sean cada vez más ricos y otros se mantengan pobres. La distribución del ingreso y, sobre todo de la riqueza, se hace cada vez más desigual.
Habló del Homo Oeconomicus. ¿Cuál es el caso: los economistas crearon un estándar para efectos teóricos o nunca han entendido al consumidor o el consumidor ha cambiado repentinamente?
Es un invento teórico. Matemáticamente para hacer modelos uno necesita ese Homo Oeconomicus. Sino no hubiera modelo económico que se pueda armar. La idea de Adam Smith –la mano invisible– no funcionaría si realmente nos fijáramos en el hombre tal como es. Los economistas siempre han estado por los lados equivocados, han partido de una marioneta que no existe en el mundo real. Hay una serie de axiomas de la teoría económica convencional que no funcionan y por eso nos sorprendemos cuando viene una gran crisis, como la que hemos tenido a partir del 2008.
¿Tienden más al error que al acierto?
Como no tenemos una concepción adecuada del comportamiento de las personas y los grupos humanos, los economistas siempre nos equivocamos pronosticando el futuro. Somos incapaces de desarrollar una teoría que pueda pronosticar correctamente los ciclos económicos. Pero lo simpático es que ha aparecido en los últimos 30 años una serie de disciplinas nuevas (economía del comportamiento, neuroeconomía, economía de la felicidad, psicología evolutiva, etc) que van a enriquecer la ciencia económica y hacerla mucho más perfecta, en el sentido de que va a poder explicar mejor el comportamiento de la economía y pronosticar mejor. Eso permitirá desarrollar nuevas políticas económicas para no estar permanentemente en auge exagerado y, de pronto, una depresión o crisis.
Por ratos pareciera que el texto es parricida frente a la teoría económica. Pero hay citas de economistas clásicos que al aparecer vislumbraron estas anomalías.
Ahí me toca un tema que es fundamental. Los economistas hoy en día ya no leemos a los clásicos: nos hemos olvidado. Leemos a los que reinterpretan a los economistas clásicos y ellos los simplifican en exceso. Estudiantes de economía y profesionales deberían leer a Adam Smith y no solo “La riqueza de las naciones”, sino también “La teoría de los sentimientos morales”. Deberían leer mucho más a David Ricardo, a John Stuart Mill, a John Maynard Keynes. Keynes ya se había adelantado a la teoría del comportamiento del consumidor hace ochenta años.
¿Hace falta una relectura de los clásicos?
Eso es una desgracia que estemos marginando a los clásicos y a los economistas que vieron estas anomalías del comportamiento del consumidor en los últimos treinta años. Yo estoy seguro de que el 99% de economistas del Perú no los conoce. Y ellos son los que han ido por la ruta de lo que debería verse en el futuro. Por matematizar todo, los economistas ha destruido la esencia de lo que es la economía, que debería ser una ciencia del comportamiento humano.
¿Qué tanta responsabilidad tiene el consumidor per se en estos desperfectos?
Yo diría que prácticamente el 80%. Los libros de economía enseñan que nosotros consumimos completamente lo que compramos. Pero no es así: hace cuarenta años yo vi que mi hijo tomaba solo la mitad de un vaso de limonada y el resto lo dejaba. Esta situación me llevó a inventar el término “Capacidad ociosa del consumo”, así como existe la capacidad ociosa de la producción. Pero los libros no mencionan este término; es decir, nadie habla de esa anomalía que es el desperdicio. Podemos mencionar el “efecto dotación”, esa costumbre de tener cada vez más cosas que nunca las usamos. Por ejemplo, yo aquí tengo muchos libros (señala su biblioteca), que debería regalarlos, porque es una capacidad ociosa enorme, mientras otras personas no tienen libros ni dónde leer. Dentro de las políticas que se supone deberíamos adoptar habría que generar ciertos incentivos para que haya una mejor distribución de los bienes de consumo y que la gente no consuma en exceso.
¿El consumo conspicuo es uno de las anomalías por el lado de la demanda más importanet?
Es una de las más importantes. Yo he encontrado en la literatura 127 anomalías en el comportamiento del consumidor. Seguro que existen muchas más. Pero el consumo conspicuo es fundamental, siempre nos fijamos en el vecino. Entonces, uno comienza a vivir en función de las necesidades de los demás, y eso vale para la moda y para todo. De eso se aprovechan los marketeros. Es lo que se llama un “bien ciempiés”, que la gente comienza a consumir lo que está de moda, aunque no le guste, pero como los otros lo usan, ellos también. Hay también lo contrario: los bienes snob, que los consumo porque yo quiero ser especial, el único que tengo ese bien.
Sin embargo, el tema del desperdicio de alimentos es el más preocupante.
Es lo más grave. En base a las estadísticas, se puede detectar que si no hubiera desperdicio nosotros podríamos alimentar perfectamente a todos los pobres en el mundo que son alrededor de 1,050 millones de personas. Nadie se moriría de hambre. Eso se puede ver por el lado de la oferta: por ejemplo, yo pido un menú y me llenan el plato de arroz, con un filetito de pollo y uno no puede comer tanto arroz. Y también por el lado de la demanda: por ejemplo, antes se veía muy mal –ahora ya no tanto no- que uno se lleve la comida en un restaurante. Allí hay una serie de comportamientos que van en esa línea. Irracionalmente pedimos más de lo que necesitamos.
EL DATO
El libro de Jürgen Schuldt se presentará mañana en la Universidad del Pacífico a las 7 p.m. Entérese aquí de los detalles y acceda a la ficha de inscripción.