Vinos: La bodega Vega Sicilia por dentro
Vega Sicilia es una de las bodegas más prestigiosas del mundo. Visitamos ese lugar para descubrir por qué sus vinos son objeto de devoción. El año pasado facturó 33 millones de euros distribuyendo más de 1,5 millones de botellas.
Por: Redacción Gestion.pe
En septiembre de 2015 tuvo lugar en Brasil “la cata más importante de Vega Sicilia en toda su historia”. Así define Pablo Álvarez, consejero delegado de esta mítica bodega de la Ribera del Duero –considerada una de las más prestigiosas del mundo– al exclusivo evento organizado por un coleccionista brasileño para sus 40 ilustres invitados. La cata duró tres días e incluyó 150 vinos vegasicilianos, de los cuales 76 fueron añadas de Único y 34 de Reserva Especial.
Sin duda, uno de los momentos más emocionantes llegó con el descorche de la botella más antigua: un Único de 1915, el año de la primera cosecha. “Sorprendentemente, estaba bueno para beber y pudimos disfrutarlo”, recuerda con satisfacción el propietario, al frente de la bodega desde 1982. Los expertos consideran que “el vino de Vega Sicilia es el más consistente del mundo”, una cualidad ligada a su asombrosa capacidad de envejecimiento.
Pablo Álvarez (Bilbao, 21 de noviembre de 1954), hombre de pocas palabras, pero sustanciosas, contará esta anécdota en su despacho tras nuestra visita a la bodega, fundada en 1848 por Eloy Lecanda. Desde que hace tres décadas tomara las riendas de Vega Sicilia, este empresario ha mejorado la calidad de los vinos y creado cuatro nuevas bodegas –Alión, en la Ribera del Duero; Pintia, en Toro; Oremus, en Tokaj (Hungría), y Bodegas Benjamin de Rothschild Vega Sicilia, en la Rioja– y ha impulsado el crecimiento y la expansión internacional de las marcas.
Si en 1982 exportaba sus vinos a tres países, hoy Tempos Vega Sicilia, la nueva marca corporativa del grupo, distribuye un máximo de 1,5 millones botellas a sus 5.000 clientes, repartidos por 110 países. En 2014 el grupo logró su récord de facturación: 33,4 millones de euros.
Situada entre las localidades vallisoletanas de Quintanilla de Onésimo y Valbuena del Duero, la finca se extiende a lo largo de 985 hectáreas, de las cuales solo 200 se utilizan para viñedo. Es un terreno de secano clasificado en 19 suelos. El 70% de la producción se destina a sus vinos clásicos y el resto a Alión, con unos rendimientos medios de 2.500 kg por hectárea.
No obstante, nunca se alcanza el techo del potencial productivo. A la caprichosa climatología de la Ribera –no son infrecuentes las heladas en mayo, y aún se recuerda la del 24 de septiembre de 2008, cuando las temperaturas bajaron hasta los -20º C– hay que añadir los parámetros de calidad de la casa. “Hay años que decidimos no producir Vega Sicilia Único, porque no va a alcanzar la calidad necesaria. Eso supone renunciar a 15 millones de euros. Pero no se discute. Tenemos que mantener el prestigio”, afirma Álvarez, que también es propietario, junto a sus hermanos, de la sociedad patrimonial El Enebro. El precio más alto alcanzado en subasta por un lote de Vega Sicilia Único de 1952, fue de 37.000 euros.
Lugar misterioso
La carretera que va de Peñafiel a Valladolid divide la hacienda por la mitad. Enclavada en plena milla de oro de Ribera del Duero, es fácil pasar de largo por la bodega castellana, que cuenta con una pequeña capilla y una casa solariega del s. XIX. “Al igual que el vino, que no revela fácilmente su carácter, la finca de Vega Sicilia no dice mucho. Una y otra exigen tiempo”, asegura Harry Eyres, periodista del Financial Times y coautor del libro Vega Sicilia. 150 aniversario junto a Serena Sutcliffe, jefa del departamento de vinos internacionales de Sotheby’s. Pinares entreverados de encinas, quejigos y rebollos rodean un viñedo de rico terroir.
Si en las cuestas de orientación norte afloran los suelos calizos ricos en marga, de color blanquecino, en el lecho del valle abundan los más parduzcos, mezcla de arcilla, arena y grava. “Este terruño produce una uva espectacular, intensa en taninos y de gran sedosidad, muy diferente a la de los viñedos vecinos. El buen vino siempre procede de una gran uva.
El Tempranillo o tinto fino es la variedad de Vega Sicilia y acapara un 85% del viñedo, mientras que las de Cabernet Sauvignon, Merlot y Malbec forman parte del Valbuena y del Único”, explica el enólogo Gonzalo Iturriaga de Juan (Madrid, 1977), nuevo director técnico del grupo Tempos Vega Sicilia en sustitución del veterano Xavier Ausàs. Gonzalo se forjó en la extremeña Bodegas Habla y hasta hace poco era director de exportación de Lamothe-Abiet para la zona ibérica. Desde siempre tuvo en un altar a los vinos de Vega Sicilia. “Con mi primer sueldo compré una botella de Valbuena y se la regalé a mi padre”, cuenta.
Después de contemplar el acueducto parcialmente restaurado que servía para trasladar el agua del Duero a la finca, y que hoy sirve de linde entre los viñedos y la bodega, entramos en la moderna nave de fermentación, donde se centralizan los procesos. Tiene 62 depósitos de acero inoxidable –con capacidades para 6.000 y 8.000 kilos de uva, en los que fermentan los vinos de Valbuena 5º año– y 19 depósitos de roble de la misma capacidad, para los de Único. “Durante la campaña trabajan 50 personas que manejan 50.000 kilos diarios, y la vendimia se realiza en un máximo de seis días. Una vez que la uva es recogida en cajas y entra en la bodega, se mete en las cámaras frigoríficas durante 12 horas, reduciéndose la temperatura hasta los 3ºC, para preservar sus aromas”, expone el director técnico, que destaca “la pasión por el detalle” en Vega Sicilia, una de las 12 bodegas familiares integradas en la PRIMUM FamiliaE Vini.
Cuando la uva sale de la cámara, con una capacidad para 100.000 kg, se vuelca sobre una cinta de selección donde seis operarios escogen los racimos a mano. A continuación, una despalilladora separa la uva del raspón. Una vez separada, pasa a una nueva cinta de selección grano a grano, lo que garantiza el perfecto estado de la baya.
Así, las distintas partidas se vacían en los depósitos de acero inoxidable y roble. “Si los primeros recipientes ofrecen vinos más expresivos al primer contacto, la naturaleza de los segundos será más tímida y críptica, y requieren más tiempo para mostrar lo mejor de sí mismos”. Tras la fermentación alcohólica unos 15 o 16 días) y maloláctica (de 4 a 10 meses), los vinos se descuban en la planta baja y son transportados a la planta superior en un ascensor. Desde la nave de vinificación se iniciará el llenado de barricas por gravedad.
Entre maderas
Las instalaciones no pueden estar más relucientes. Tras la fermentación, los vinos pasan a las modernas naves de crianza, donde se les somete a uno de los procedimientos más complejos. A fin de redondearlo, el vino va rotando por distintos recipientes, ya sean tinos de madera de gran capacidad o barricas de 225 litros, tanto de madera nueva o usada, de procedencia americana o francesa. Cada madera aporta un matiz diferente: “La francesa, estructura; la americana, sedosidad, y el tino elegancia”, explica el enólogo junto a un cuadro de Manolo Valdés arrumbado sobre una pared, una menina perteneciente a la colección privada de la familia, compuesta por unas 50 obras.
La crianza de Valbuena es de cinco años (tres en tinos y barricas y dos en botella) y la de Vega Sicilia Único de 10 años (7 en tinos y barricas y 3 en botella), la más larga del mundo para un vino tranquilo. Begoña Jovellar y Horacio Vasallo son los encargados de probar y mezclar los vinos hasta conseguir un resultado armonioso.
El envejecimiento durante unos tres años –una práctica introducida por la familia Álvarez– se reserva a los grandes vinos finos. Materializan el equilibrio perfecto: elegancia, persistencia, complejidad, sedosidad .
Para todas las bodegas de Tempos Vega Sicilia se compran al año 3.000 barricas. No obstante, la de Ribera del Duero tiene su propia tonelería con el objetivo de controlar la calidad de la madera. El maestro tonelero José Enrique Rodríguez, que a sus 45 años es la cuarta generación de este oficio, dirige el taller donde se hacen las barricas de roble americano y húngaro, unas 600 al año, y se reparan las existentes. “La madera se seca aquí durante tres años, dos al aire libre y uno bajo techo. Llega con su trazabilidad, pero a veces detectamos fallos y hay que retirarla.
Si el tostado no es homogéneo acaba influyendo en la conservación y el sabor del vino”, explica. Partiendo de la madera seca, el tonelero prepara las duelas (láminas de madera que moldea con una escuadradora hasta que adoptan una forma ovalada), las limpia por ambas caras y las arma con aros de acero inoxidable. “Una barrica de 125 litros está compuesta por unas 27 duelas de unos 1,96 cm”, precisa. Durante 50 minutos, el tonel se va dorando a 210º C. El experto rematará la pieza tostándola uniformemente.
Al término de la visita, el propietario nos aguarda en su despacho, decorado con una preciosa colección de decantadores de Fabergé que años atrás pertenecieron a los zares. Pablo Álvarez se muestra serio y algo tímido en un primer momento. En 1982, el empresario leonés David Álvarez, propietario del grupo Eulen (más de 84.000 empleados) compró Vega Sicilia al industrial venezolano Hans Neuman por 450 millones de pesetas. Pablo, su segundo hijo, estaba acabando sus estudios de Derecho y no sabía nada de vino. Pero se enamoró de este mundo y demostró ser el custodio ideal de la mítica bodega. “Vega Sicilia es mi vida”, afirma 30 años después.
Vino de capricho
¿Qué tienen de especial estos vinos de leyenda? “En principio, la viña de donde procede la uva. Un periodista alemán me dijo que ningún vino de la Ribera tenía el alma que tiene Vega Sicilia. Ya sé que entramos en un terreno resbaladizo, pero tienen algo que va más allá de la técnica”, argumenta. Tiene claro que “cada cepa es un ser vivo, y como tal nunca acabas de conocerlo”. Seguramente, la “ilusión de la escasez” también alimenta al mito.
La célebre bodega ha sabido preservar ese aire de vino de colección, difícil de conseguir. Para alimentar su leyenda de exclusividad, mantiene un sistema de distribución único: su venta directa se limita a esos 5.000 clientes, entre particulares, tiendas, restaurantes o exportadores. “En 1988, con ocasión del viaje oficial de la Reina Isabel II a España, nos tuvimos que disculpar ante la embajada británica porque solo pudimos enviarles cuatro cajas para el acontecimiento”, recuerda. De los 5.000 clientes, el 85% son particulares. “Algunos fallecen y pasan el cupón a sus hijos”.
Si en 1982 había 14 bodegas en Ribera del Duero, hoy compiten casi 300. “Curiosamente, el consumo de vino ha bajado casi en la misma proporción. Quizá la Ribera ha muerto un poco de éxito, se han hecho muchas barbaridades, como levantar bodegas en terrenos poco adecuados, pero con el tiempo todo volverá a su cauce”, estima Álvarez.
Acostumbrado a viajar cuatro meses al año fuera de España (el 50% de la producción se exporta a 110 países) está orgulloso de que Vega Sicilia sea la bodega nacional de referencia en el mundo. En 2014 España lideró las exportaciones de vino –aunque redujo sus ingresos, porque el producto cada vez es más barato–, pero los vinos de calidad o premium apenas representan un 1% del mercado mundial.
Descartada la compra de una bodega en Jerez –“la dueña no quiso vender“–, entre sus proyectos más inmediatos está consolidar Pintia (la bodega de Toro fue la que más sufrió la crisis) e inaugurar la joyita de la Rioja alavesa a mediados de año: Benjamin de Rothschild Vega Sicilia, que ya produce el vino Macán. De momento, el proyecto de construir un hotel de lujo en Valbuena del Duero está dormido: “Encargamos un estudio de enoturismo y lo estamos mirando con una cadena internacional”, asegura Pablo Álvarez que empieza a vislumbrar el momento de ceder el testigo: “Nosotros, como las cepas viejas, tenemos que renovarnos, porque estas no dan la mejor uva”, comenta entre risas.
Padre de tres hijos (Pablo, ingeniero agrónomo de 28 años; Juan Carlos, economista de 25 años, y Valentina, de 3 años, fruto de su segundo matrimonio), cuenta con los dos mayores para replantar el viñedo. Mientras, seguirá guardando en su memoria la emoción que le produjo beber por primera vez su vino favorito: un Vega Sicilia Único de 1989.