Las esculturas públicas que trazan un mapa de sensaciones por el mundo

FOTOGALERÍA. La escultura, como la poesía, es un arma cargada de futuro. Y más cuando se saca de los museos, cuando su hábitat natural cambia los suelos encerados por las calles manchadas de rutina. Cuando su fuerza no se basa en la admiración erudita, sino que consigue cambiar el paso, volver la vista y conmocionar durante unos instantes. Y estas obras repartidas por todo el mundo consiguen despertar el corazón y el sistema límbico sin necesidad de más lenguaje que el del volumen.

Los zapatos en la ribera del Danubio (Budapest). Los cálculos apuntan que, durante los meses en los que el partido húngaro Arrow Cross estuvo en el poder durante la II Guerra Mundial, entre 12.000 y 15.000 judíos fueron asesinados. Muchos de ellos en las orillas del Danubio a su paso por la capital. A éstos les obligaban a quitarse los zapatos antes de ser disparados en el borde y que sus cuerpos se los llevara la corriente. Precisamente una hilera de esta prenda, desperdigada por toda la ribera sin más organización que el caos, es el motivo de esta escultura de Gyula Pauer y Can Togay que se ha convertido en un memorial eficaz y enternecedor. Un recuerdo eficaz y emocionante que rara vez duerme sin unas flores o un mensaje en su interior.
Les voyageurs (Marsella). Bruno Catalano matiza el puerto de Marsella con esta serie de esculturas surrealistas inteligibles que, por un lado, transmiten el carácter emigrante de este enclave marítimo y, por el otro, la fragilidad del ser humano ante los cambios y los desafíos. Todo un acierto por lograr conmover de manera universal y, de paso, ofrecer unas siluetas que cambian según la luz, la meteorología y la paleta del cielo. Como definiría Anne Maître en la web del artista, la obra representa a un “hombre desfragmentado, desestabilizado, despojado de sus señas de identidad, que camina hacia su salvación y su pérdida, a un mismo tiempo”.
Memorial de la Gran Hambruna (Dublín). Los muelles del río Liffey acogieron, durante las década de 1840, la masiva diáspora de los irlandeses que partían hacia Nuevo Mundo huyendo de la hambruna. Una época grabada a fuego lento en el corazón de este país y esta cultura que tiene en este icono situado en la ribera su máxima expresión artística. Una obra tan patética como realista de Rowan Gillespie en la que los cuerpos esqueléticos huyen hacia el mar con lo poco o la nada que tienen como pertenencia.
Primera generación (Singapur). En los albores del milenio –qué expresión tan épica- el gobierno de este país decidió que era el momento de darle, también, importancia al pasado. Dejando a un lado la ciencia ficción, las moderneces, los skylines y los proyectos urbanísticos futuristas, la ciudad-estado propuso a una serie de artistas locales que le dieran color a las calles con escenas del pasado. Y Chong Fa Cheong aprovechó esta ocasión para crear este alegato a favor de la alegría y la niñez, recordando cuando los niños se lo pasaban bien saltando al agua del río Singapur entre risas, empujones y candidez. Un pasado, quizás, más remoto que lejano.
El burócrata desconocido (Reikiavik). El humor y la ironía son los protagonistas de esta curiosa obra de Magnús Tómasson. Se trata de la única estatua al hombre de negocios, al absurdo ir y venir y a la sensación de que se está haciendo algo importante mientras la rutina maquilla lo absurdo. Además de por el nombre, este delirio existencialista se vale del gigantesco pedrusco para representar el peso del día a día y de los comúnmente conocidos como ‘marrones’ que lo nublan todo.
La pistola anudada (Nueva York). Poquísimas representaciones son un alegato a la paz tan inteligible y global como esta obra de Carl Fredrik Reuterswärd. Situada frente al edificio principal de la ONU, esta intervención nació del propio dolor del escultor sueco cuando, en 1980, Yoko Ono le pidió dar forma a su estupor tras la muerte de su amigo John Lennon. Su universalidad es tal que hay hasta 30 copias de esta obra repartidas por todo el mundo, aunque visitar la original siempre cuenta con el aderezo de lo genuino y espontáneo.
León herido (Lucerna). Cuentan que Mark Twain, cuando descubrió esta escultura situada en un parque sin nombre en mitad de la ciudad, aseguró que era el trozo de piedra más triste del mundo. La imagen representa a un león, símbolo de los soldados de este cantón, malherido expirando sus últimos instantes. Una alegoría de Thorvaldsen que recuerda la traición de Luis XVI durante la Revolución Francesa en la que ‘vendió’ a estos mercenarios a la plebe enfurecida mientras el se escondía de su fatídico destino.
Rompe tu molde (Philadelphia). Se trata de una de las obras cumbre de la serie ‘Libertad’ de Zenos Frudakis, uno de los escultores vivos más interesantes. En esta creación habla, cómo no, de la sensación de libertad y de la alegría que causa escapar de los moldes, unas sensaciones que representa a la perfección como si la propia escultura tuviera vida y escapara poco a poco de su plancha.
Monumento a un transeúnte anónimo (Breslavia). Diversas teorías tratan de dar sentido y coherencia a esta creación de Jerzy Kalina. Se trata de una serie de personas que emergen del suelo, de la nada, de la clandestinidad. Su instalación, en el año 2005, en un enclave comercial de esta urbe, hizo pensar que se trataba de un homenaje a los que burlaron la ley marcial soviética que sumió al país en el pánico militar en 1981. No obstante, el hecho de que esta obra date de 1977, hace que esta teoría pierda fuerza y que la escultura, simplemente, trate de dar voz y relevancia a los polacos que, durante años, tuvieron que vivir atemorizados y en silencio.
El fantasma negro (Klaipeda, Lituania). Cuenta la leyenda que, al bueno de Hans von Heidi, se le apareció un fantasma una noche de 1595 cuando se encontraba vigilando los muelles del castillo de esta localidad costera. El ser de ultratumba simplemente emergió del agua, le advirtió de que las reservas de cereales y madera no iban a ser suficientes, y se marchó como si nada. Una historia un tanto decepcionante pero que se ha convertido en una especie de orgullo local. De ahí que los artistas Svajunas Jurkus y Sergejus Plotnikovas esculpieran una especie de dementor ‘harrypotteriano’ con el que rememorar la escena y que es hoy un emblema del puerto. A menudo, los visitantes y los vecinos dejan monedas en su linterna a modo de propina para los trabajadores del puerto mientras que la neo-leyenda apunta que se trata de una figura que da suerte a los que se acercan a ella. La pura demostración que del miedo a la familiaridad hay un pequeño paso.
Hachiko (Tokio). Su estatua es un soplo de ternura en la agitada Shibuya. Un recuerdo a un perro de raza Akita que permaneció nueve años esperando a su dueño, el profesor universitario Eisaburo Ueno, en la salida 8 de la concurrida estación sin asumir o entender que ya nunca volvería. Su historia no deja de conmocionar, por mucho que su estampa a veces se funda con el histrionismo pop de esta parte de Tokio y se ha convertido en una pequeña meca para aquellos que veneran la relación hombre-mascota.
La silla rota (Ginebra). Situada cara a cara con la sede de la ONU en Ginebra, esta escultura ideada por Daniel Berset y ejecutada por el carpintero Louis Genève es tan sencilla como perturbadora. Un objeto cotidiano con una aparente tara ya que su cuarta pata se encuentra astillada y sin terminar. El mensaje que guarda detrás es un homenaje/reivindicación contra las minas persona que, año tras año, mutilan a seres humanos en todo el mundo. Y su impacto es inmediato y eficaz, ya que este gigantesco monumento se ha convertido en el epicentro de las protestas y reivindicaciones de toda índole.
Esculturas de David Cerny en Praga. David Cerny es el responsable de que Praga esté repleta de esculturas rarunas y desconcertantes como los hombres que miccionan sobre la silueta de la República Checa, el cuerpo de Kant al borde del abismo agarrado solo por su brazo (en la imagen) o los bebés negros que escalan la torre de la televisión. Eso sí, el colmo del mal rollo lo alcanza con esta intervención en el teatro Divadlo na Zabradl en el que representa a un feto enclaustrado en una tubería. ¿Su significado? Las teorías varían desde los que aseveran que es una alegoría del nacimiento de la vida a los que están seguros de que se trata de una crítica sobre el sentido de la creación en tiempos de mentes constreñidas.

Por: Redacción Gestion.pe