El común de la gente no es más rica que Rockefeller
Según el autor del artículo de Bloomberg algo sorprendente que aprendió al entrevistar a algunas de las personas más exitosas de las finanzas es con cuánta frecuencia atribuyen el mérito a la buena suerte.
Por: Redacción Gestion.pe
(Bloomberg) Usted no es pobre. La desigualdad de ingresos es un mito. A la clase media le está yendo bien.
Ese parece ser el mensaje que están transmitiendo numerosas usinas de ideas, sitios web y escritores de derecha. Tuve un nuevo recordatorio del tema durante el fin de semana cuando vi un nuevo intento de decirles a los pobres lo afortunados que son de vivir en la actualidad.
El título de la pieza en cuestión lo dice todo: “Eres más rico que John D. Rockefeller”. Nótese que la vez anterior se les decía a los pobres que eran más ricos que Luis XIV de Francia, lo cual fue desacreditado aquí por nosotros desde esta columna. Y también ya nos hemos referido antes a esto de los “más ricos que el propio Rockefeller”.
Hay muchas maneras de dejar al descubierto la falacia de esa afirmación, pero en realidad quiero centrarme en una de ellas: el papel de la suerte en el éxito o el fracaso personales.La riqueza, como hemos observado antes, es un concepto relativo. Medimos nuestro bienestar económico mirando a nuestros pares, no a épocas diferentes en el tiempo ni a geografías distantes de nosotros.
Lo segundo es que podemos medir la riqueza de varias maneras, que no se basan simplemente en los ingresos o activos financieros: la salud, la educación, el tiempo libre, la expectativa de vida y la seguridad personal.
A eso hay que sumarle que, si nos entregamos a uno de esos experimentos mentales de viajes en el tiempo, debemos reconocer que el tiempo es bidireccional.
En consecuencia, el argumento de “más rico que Rockefeller” implica que las personas más ricas de hoy deberían estar dispuestas a cambiar de lugar por alguien pobre de un siglo o dos más adelante, cuando presumiblemente todos tendremos vidas más largas, saludables y felices con tecnologías que hoy ni siquiera podemos imaginar, y así sucesivamente. Es una proposición más que dudosa.
Pero volvamos a la suerte. Esa puede ser la mayor diferencia filosófica entre los think tanks de derecha y miradas más racionales, basadas en la evidencia y menos dependientes de un sistema rígido de creencias.
Como Michael J. Mauboussin, director de estrategias financieras globales de Credit Suisse explica en “The Success Equation: Untangling Skill and Luck in Business, Sports, and Investing” (“La ecuación del éxito: deslindando el papel de la habilidad y la suerte en los negocios, los deportes y la inversión”), habilidad y suerte están “irremediablemente entrelazados”.
Todos poseemos diferentes niveles de habilidad, y todos estamos sometidos a resultados que se basan en la suerte. Tampoco somos muy buenos en lo que respecta a distinguir entre ambos. Cuánto influya la suerte en la determinación de resultados puede ser variable, pero es también significativo.
Una vez que reconozcamos cuánto de nuestro éxito o fracaso puede estar a merced de la suerte y lo aleatorio, eso modifica la atribución habitual de causalidad y culpa.Con otras palabras, esto tiene grandes ramificaciones para aquellos que creemos que vivimos en una meritocracia.
Algo sorprendente que aprendí al entrevistar a algunas de las personas más exitosas de las finanzas es con cuánta frecuencia atribuyen el mérito a la buena suerte.
De hecho, en la mayoría de las casi 150 Entrevistas Masters of Business que he realizado, nuestros invitados mencionaron –sin que se les haya pedido– el papel crucial de la casualidad. No es falsa modestia ni humildad, sino más bien un reconocimiento honrado de que la suerte puede marcar una diferencia significativa en la vida de las personas.
Obsérvese que el papel del azar no implica que las personas exitosas no necesiten ser educadas, inteligentes y diligentes. Más bien reconoce el hecho de que muchas personas perspicaces, inteligentes y trabajadoras pueden no alcanzar el mismo nivel de éxito que otros que tienen exactamente las mismas cualidades, y de que aquellos que son más exitosos pueden haber tenido golpes de suerte que otros no tuvieron.
Una vez que le damos entrada a la suerte en nuestro cálculo, eso crea problemas para los enamorados de la filosofía de Ayn Rand. Significa que algunas personas tienen éxito como resultado del azar, y que estarán mezcladas con aquellas que son recompensadas solamente por su mérito, y que separarlas no es tan fácil. De modo semejante, al reconocer el papel del azar reconocemos por qué algunas personas tienen dificultades.
Esas personas podrían utilizar una ayuda, ya sea almuerzos gratis para niños pobres a los que les va mucho mejor en la escuela cuando sus necesidades nutricionales están satisfechas o recapacitación técnica para aquellos cuyos sectores de actividad hayan sido desplazados.
La suerte importa, y quienes se oponen a todas las formas de intervención del Estado parecen ignorar esto.
No es mi trabajo desempeñar el papel de árbitro oficial de los razonamientos erróneos que circulan en internet. Hay cosas más interesantes sobre las cuales escribir. Sin embargo, algunos comentarios mal razonados o engañosos exigen una respuesta. La afirmación de que los pobres de hoy no son realmente pobres es uno de ellos.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la junta editorial ni la de Bloomberg LP y sus dueños.