La delgada línea entre ser 'influencer' o 'bluff'
La gestión eficaz de nuestra marca personal supone invertir en nosotros mismos sobre la base de crear valor para los demás. La verdadera influencia tiene mucho que ver con demostrar resultados y muy poco con la simple apariencia que implica una visibilidad vacía.
Por: Redacción Gestion.pe
n carro lleno de seguidores y aduladores y una estrategia de márketing que vende humo pero no experiencia ni solidez profesional te valdrá para poco tiempo… Lo que tarde en difuminarse tu halo de supuesto experto.
Hasta un farsante puede dar imagen de superexperto o parecer muy influyente. Algunas técnicas de márketing permiten lanzar a una persona y generar una aureola de experiencia que probablemente no tenga. Aunque toda esa visibilidad aparente puede ser algo efímero.
Eva Collado, consultora de gestión estratégica en innovación, transformación y digitalización, explica que influencer “es el que resulta reconocido por su arduo trabajo tanto offline (1.0) como online (2.0); que ha sabido utilizar inteligentemente el escaparate que suponen las redes y plataformas sociales para amplificar su área de actuación e influencia…
Cuando el influencer genera su sentir, saber hacer o criterio sobre algo, es capaz de crear cierta tendencia de opinión e incluso de consumo. Se les considera veraces, reales, y objetivos, y tienen capacidad para influir a través de sus opiniones en las opiniones de los demás. Es alguien a quien recurrir y preguntar cada vez que queremos cerciorarnos o decidirnos por algo”.
Importancia real
Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, cree que las características que definen a un influencer de verdad frente al simple bluff se pueden resumir en las 3V: visión, valor y visibilidad.
Por lo que se refiere a la primera, para que te sigan debes saber hacia dónde te diriges (o dar la sensación de que lo sabes). Pérez asegura que “a todos nos gusta seguir a quienes se ponen delante, de modo que los influencers suelen ser los primeros en detectar las tendencias y hablar de ellas con pasión”. El bluff suele subirse al carro y repetir lo que otros ya han dicho. Cuando el influencer se pasa de la raya porque siente la presión de estar siempre delante deja de ser un visionario y se convierte en un esperpento. En dospuntocerolandia existe mucho profeta de salón que constantemente explica lo que va a suceder, pero porque lo ha leído o lo ha escuchado a algún gurú normalmente anglosajón”.
Por lo que se refiere al valor, Pérez cree que el influencer verdadero no se limita al simple bla, bla, bla, sino que aporta ideas útiles y valiosas. Es relevante: “El ser humano es interesado, y si nos dejamos influir es porque esperamos obtener algo a cambio. El bluff no aporta nada, se dedica a hacer refritos de contenidos que son del dominio público o son simplemente sandeces”.
Y sobre la visibilidad, el experto opina que “un influencer sabe gestionar las herramientas y los canales adecuados para transmitir el valor. Elige los tiempos y las herramientas. El bluff dispara contra todo lo que se mueve, se apunta a todos los medios sociales que surgen, trata de estar en todas partes y acaba no centrándose en ningún canal”.
Guillem Recolons, socio de Soymimarca, cree que el perfil del influencer verdadero es muy sencillo: “Se dedica a distribuir valor, propio y ajeno. No le importa ni el Klout (herramienta de influencia social en las redes) ni el número de seguidores, y le gusta agradecer a los demás que compartan sus contenidos. Además, suele crear contenido original y, cuando no lo es, refiere claramente al propietario o creador del contenido. Es consciente de que su marca personal no es él o ella, sino el valor que aporta a sus clientes.
Collado añade que el influyente verdadero “muestra una coherencia total en los mundos online y offline, y tiene un nodo de conexiones y relaciones de tanta calidad y amplitud que es quien realmente puede abrirte una puerta o dirigirte a un tercero para ayudarte”.
Pérez añade dos beneficios básicos para el influencer: por una parte, hay que tener en cuenta que, cuando todo el mundo nos considera como la medida de todas las cosas, aumenta nuestro valor. Podemos pedir más por nuestro trabajo porque lo que decimos va a empujar a mucha gente. Y además, cuando destacamos sobre el resto, aumentan nuestras opciones de ser elegido. Es quizá una de las mejores formas de sobresalir, pero requiere tiempo, ideas singulares y capacidad de comunicación multimedia.
La mera apariencia
Por otro lado, Collado asegura que no se puede elegir a un influencer por su número de Klout, “entre otras cosas porque ni tan siquiera sabemos bien aún qué es lo que se está midiendo con ello. Conviene contrastar antes el resto de presencia y labor de esa persona en la red (y fuera de ella), y sobre todo cuáles son sus valores e intereses”. Añade que “tampoco se puede calificar de influencer a una persona sólo por el número de seguidores que tiene, ni por aparecer en clasificaciones de redes sociales que, muchas veces, promueven ellos mismos a través de cuentas de terceros”.
Guillem Recolons recuerda que “el que es un bluff sólo habla de sí mismo, y es repetitivo. Suele pedir que se compartan sus contenidos, cosa que él no hace, y se autodenomina experto, gurú o CEO aunque sea un autónomo”. Añade que se trata del tipo de gente que automatiza mensajes “si me sigues en Twitter sígueme también en LinkedIn o Facebook” y que aporta valor en sus contenidos, pero copiando de alguien que a su vez no es mencionado. Además, suele exagerar su currículo online; pide recomendaciones por doquier sin acordarse de hacer lo propio por los demás; está obsesionado con obtener altos índices de influencia en las redes, como Klout; y suele etiquetar a todo el mundo en sus fotos para obtener me gusta o retuits.
Diario Expansión de España
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