Plácido Domingo: "No podría jubilarme nunca"

En su debut como barítono, el maestro Plácido Domingo logró la hazaña de recibir una larguísima ovación de 30 minutos.La intensa carrera del artista, en la que ha interpretado 150 roles en las mejores Óperas del mundo, le tiene ocupado hasta los 80 años.

Por: Redacción Gestion.pe

Ha cumplido 75 años en la cima del mundo. Pero asegura Plácido Domingo (Madrid, 21 de enero de 1941) no reconocerse en la fecha de nacimiento de su pasaporte. Que es un récord en sí misma y objeto de estudio para la musicología moderna. “Tengo la sensación”, se confiesa en su encuentro con Fuera de Serie, “de haber vivido muchas vidas al mismo tiempo”. Tantas como los 150 roles que han jalonado su carrera operística y han hecho de él un artista total, inclasificable en su condición de cantante todoterreno, director de orquesta, gestor musical y mecenas.

Ha alcanzado Plácido Domingo los 15 lustros de existencia en plenas facultades vocales y con la agenda llena de compromisos. No sólo porque dirija uno de los templos líricos de mayor relevancia internacional, la Ópera de Los Ángeles, sino porque en los albores de su 70 cumpleaños decidió reinventarse como barítono y seguir ensanchando su tesitura con roles más dramáticos. La hazaña de aquel debut como Simon Boccanegra (Staatsoper de Berlín, 2009) consistía en empezar de cero, en tirarse al barro y en exponerse al juicio de la crítica como si fuera un principiante. El público berlinés lo agasajó con casi 30 minutos de aplausos en una velada histórica que cerraba el círculo de su propia biografía. Porque muchos no saben que Domingo, a quien la BBC canonizó como el mejor tenor de todos los tiempos, se estrenó en las tablas mexicanas precisamente como barítono a los 18 años. A partir de ahí su biografía es una sucesión de grandes gestas: la sustitución in extremis de Franco Corelli en el Met de Nueva York, el imponente Otello de la Ópera de Hamburgo, su debut en el Festival de Bayreuth invocando las esencias de Parsifal y, por supuesto, sus innumerables apariciones junto a José Carreras y Luciano Pavarotti.

¿Cuánto se parece el Plácido de sus comienzo al actual Domingo?
La edad me ha aportado cordura y serenidad, evidentemente, pero quiero pensar que hay algo en mí, algo parecido a una esencia, a un carácter, a una manera de ser, que ha estado siempre ahí. Sigo siendo el mismo que hace tres o cuatro décadas porque no he dejado de marcarme metas. La clave está en mantener la curiosidad intacta, en no olvidar que siempre hay cosas que aprender y mucho que mejorar. Los errores son una fuente inagotable de sabiduría. Por eso no hay mejor aliado en esta vida que la humildad.
Su agenda le obliga a estar en tres sitios al mismo tiempo.

¿Alguna vez le ha angustiado no cumplir con las expectativas?
Reconozco que a veces me exijo demasiado, pero no busco la perfección, sencillamente porque sé que es inalcanzable. Cuando leo una partitura hay una música en mi cabeza que es perfecta, la puedo escuchar, pero nunca me he acercado lo suficiente. Quizá por eso nunca he dejado de trabajar.

¿Se mide la edad en años?
Sin duda. No conviene engañarse con esas cosas… [risas]. Pero le diré también que la experiencia es algo más que un grado en lo que a los cantantes de ópera se refiere. Y lo digo sin ninguna pretensión. Fíjese que nuestro trabajo consiste en encarnar otras vidas. De manera que uno tiene la oportunidad de vivir con una intensidad absoluta en la piel de todo tipo de personajes. Y de aprender de cada uno de ellos. Un día eres un rey, al día siguiente un vagabundo, al otro un poeta, un pintor, un duque… Puedes experimentar con el dolor, el amor, la envidia, los celos, la muerte…

¿Y cómo afecta eso a la vida real?
Le roba tiempo, desde luego, y puede pasarte factura si no estás preparado para el cóctel de emociones. Pero si eres lo suficientemente astuto también puedes sacar provecho. La capacidad para perdonar, por ejemplo, es algo que aprendí del Conde Loris Ipanoff. El acaudalado terrateniente de Fedora de Giordano es capaz de perdonar la muerte de su hermano y de su madre. Y lo hace por amor. Aquello me conmovió profundamente y he tratado de hacerlo mío.

Qué decir de los héroes, de los líderes y espíritus revolucionarios que inspiran los grandes títulos operísticos. ¿Se mira también en ese espejo?
Radamés, Otello o Mario Cavaradossi, por poner tres ejemplos, son personajes de lo más estimulantes, pero para serle absolutamente sincero no querría verme en la tesitura de sus libretos. Tienen que tomar decisiones demasiado importantes. Quizá yo no sabría, o no podría…

¿Lo dice en serio? Algunos no han olvidado sus palabras con Álvarez del Manzano…
Aquello fue una broma [risas]. Lo que le dije al entonces alcalde de Madrid es que me habría gustado ostentar su cargo si mi vida fuera otra bien distinta. Por alguna razón mis palabras fueron sacadas de contexto en los periódicos y me vi obligado a aclarar el malentendido. Dicho lo cual, la política será siempre una vocación frustrada. Aunque mi amor por Madrid a veces me haga hablar más de la cuenta…

También el arte, la ópera, es una forma de hacer política. ¿Qué libreto necesita España?
Uno que avance en la trama y, a ser posible, con final feliz. La diversidad política es muy buen síntoma, está ocurriendo en todo el mundo. El problema surge cuando todas esas ideas tan bienintencionadas se traducen, en la práctica, en terquedad y tozudez. Y hablo por todos los partidos políticos. No es serio lo que está aconteciendo en el Parlamento español, como tampoco lo es la imagen que estamos proyectando fuera. No podemos olvidar que la inacción política tiene un efecto real sobre las personas que más han sufrido la crisis.

¿Se atrevería a actualizar el himno de España, como ya hizo con el del Real Madrid?
No está la cosa como para que vaya yo dando lecciones a nadie. Pero estará de acuerdo conmigo en que a nuestro himno le falta una letra que suscite el mismo sentimiento de orgullo que en cualquier parte de España despiertan Cervantes o Goya. La pregunta es: ¿seremos capaces?

Permítame la frivolidad, pero, ¿qué tendría que haber pasado para que fuera usted del Atlético de Madrid?
[Risas] Pues algo tan sencillo como que no hubieran existido Di Stéfano ni Puskas. Ni tampoco Hugo Sánchez, a quien por cierto no se menciona mucho, ni la Quinta del Buitre ni por supuesto Raúl. Supongo que si toda esa gente hubiera vestido la camiseta rojiblanca yo podría haber sido del Atlético de Madrid. O quizá no. Porque ser del Real Madrid no se elige.

¿Qué tendría que hacer la ópera para gozar de la buena salud del fútbol?
La ópera es eterna y, ya que lo menciona, se parece al fútbol mucho más de lo que algunos imaginan. Se trata, al fin y al cabo, de un espectáculo que nos permite vivir grandes pasiones. Se ha cuestionado mucho el relevo generacional en la música clásica, pero creo que no hay de qué preocuparse. De un tiempo a esta parte los teatros cuentan con abonos jóvenes y entradas a precios populares. A veces, cuando no actúo, me gusta echar un vistazo al patio de butacas y contar las cabezas de veinteañeros y treintañeros. La última vez que lo hice perdí la cuenta.

Se había preparado para el rol de su carrera, pero terminó encarnando el papel de su vida. ¿Qué aprendió de aquel duelo?
Fue una de las batallas más duras que he librado y sólo puedo alegrarme de estar aquí para contarlo. La recuerdo como una experiencia profundamente dolorosa y, al mismo tiempo, plenamente satisfactoria. Vivimos demasiado rápido y con frecuencia olvidamos que la vida es efímera y fugaz, que cualquier día, el más inesperado, puede ser el final. Sé de lo que hablo porque, desgraciadamente, el año pasado el cáncer se llevó a mi hermana Marta sin que pudiéramos hacer nada para salvarla.

El repertorio de barítono le ha obligado a familiarizarse con los villanos de la ópera. ¿Resulta tentador ese lado oscuro de los personajes?
De momento, he preferido centrar mi atención en los papeles de padre y atribulado suegro, que tienen más que ver con la voz de la experiencia que con la bajeza moral de ciertos roles de barítono. Quizá, si todo va bien, termine encarnando a algún gran villano, pero no creo que haya nada tentador ni atractivo en la maldad que profesan ni en sus ansias de venganza. El odio y el resentimiento no llevan a ninguna parte.

Como referente latino en Estados Unidos, ¿se ha sentido en algún momento ofendido con las palabras de Donald Trump?
Desde luego que sí. He vivido mucho tiempo en México y tengo familia allí. El problema de Trump es que ha radicalizado tanto su discurso que su enemigo a batir ya no es Hillary Clinton ni los demócratas sino algo tan elemental como el sentido común. Por otro lado, el problema de la sociedad norteamericana no es Trump, sino la bestia que ha despertado y que, aunque no gane las elecciones, podría sobrevivirlas.

Ha encargado recientemente dos nuevas óperas que se estrenarán en Los Ángeles, una sobre Ayrton Senna y otra sobre Coco Chanel. ¿Merece Trump un libreto?
Desde luego que no, pero eso no quiere decir que no lo vaya a tener. El tiempo pondrá las cosas en su sitio y quizá, dentro de unos años, podamos encontrar en lo que hoy estamos viviendo la clave de nuestros futuros dilemas. Sólo entonces entenderemos si Trump fue la causa o la consecuencia.

¿Hay herederos, sucesores, a la vista?
En la última edición de Operalia ocurrió algo inesperado: tuvimos que ampliar el cupo de cantantes para la final porque el jurado no era capaz de decidirse ante tal confluencia de talento. Dicho lo cual, no creo que las nuevas generaciones de cantantes deban imitar modelos ni seguir patrones demasiado rígidos. Está bien que tengan referentes, pero habrán de lograr lo más difícil: que su voz sea única. Eso no se consigue en un día, hay que trabajarlo poco a poco. Tendrán que ganarse al público cada tarde sobre el escenario.

Se cuestiona mucho a los cantantes, pero qué decir del público. ¿Está a la altura?
Por supuesto que sí. El público no sabe mentir. No hay lugar para el engaño en los sentimientos que un concierto o una ópera provocan a una multitud reunida en silencio en un teatro o una sala de conciertos. Se ha dicho que el público español es especialmente exigente, lo cual es cierto, pero no hay que olvidar que es también muy entregado y caluroso cuando se le complace.

Ha firmado contratos que casi le comprometen hasta los 80 años. ¿Cuál es la edad de jubilación de un cantante de ópera?
Eso depende de cada uno. Yo no podría jubilarme nunca por la sencilla razón de que jamás he trabajado. Vivo de lo que más me gusta hacer, y eso es una bendición. A partir de cierta edad, las preguntas a propósito de una eventual retirada aparecen con más frecuencia en las entrevistas. Es normal que a mis 75 años a la gente le inquiete mi porvenir profesional. Pero lo cierto es que no depende de mí.

¿De quién si no?
Del público, por supuesto. He tenido la fortuna de alargar mi carrera en un nuevo registro, gracias en parte a la maravillosa música que Verdi concibió para la voz de barítono. Sigo firmando contratos para dentro de tres o cuatro años, pero no significa que los vaya a cumplir. La vida te puede cambiar en dos meses, en dos semanas, incluso en dos días. Pero el público… El público puede dictar sentencia en dos minutos.

Diario Expansión de España
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)

Tags

Opera