Censura periodística venezolana ahora pasa por la economía

Al Gobierno de Nicolás Maduro no le pareció divertido la última viñeta que realizó la ilustradora Rayma Suprani para El Universal y se tomaron medidas al respecto. ¿Qué pasó con Suprani?

Por: Redacción Gestion.pe

(Bloomberg).- La ilustradora Rayma Suprani hace poco recibió una llamada telefónica. Le hablaba su editor, que fue breve. El Universal el centenario diario venezolano en el que Suprani trabajaba desde hacía 19 años, ganando premios y deleitando a los lectores ya no requería de sus servicios.

¿Cuál había sido su falta? Una viñeta.

La parte superior del dibujo simulaba el registro de un electrocardiograma con los picos y valles de un ritmo cardíaco normal sobre la leyenda “Salud”.

Debajo había un segundo gráfico con la reveladora línea plana de un paciente en paro cardíaco que se extendía a lo ancho de la página con el conocido estilo de la firma del extinto Hugo Chávez. El epígrafe decía: “Salud venezolana”.

En la República Bolivariana de Venezuela castigada por la escasez de medicamentos, médicos y camas de hospital la viñeta daba en el clavo. Era el tipo de trabajo que había convertido a Rayma en una de las humoristas gráficas más aclamadas de Venezuela y le había valido reconocimiento en toda América Latina. Al Palacio de Miraflores no le pareció divertido.


Fundado hace 105 años, El Universal ganó fama de ser una de las voces independientes más audaces de Venezuela. Pero los repetidos choques con los guardianes del chavismo tuvieron un costo. Los juicios y las multas contra el diario se tornaron tan predecibles como la tirada matutina.

Después se le aplicaron sanciones más creativas: censura camuflada de economía prudente. Ante la sangría de moneda dura, el presidente Nicolás Maduro impuso normas más estrictas para adquirir dólares para importación, incluido el papel prensa. Varios diarios redujeron personal y circulación, algunos se volvieron exclusivamente digitales y otros cedieron.

En el caso de El Universal, que ya tenía problemas financieros, los controles monetarios fueron el golpe final. Lista para hacerse cargo de él había una misteriosa empresa española, cuyos dueños aún no se conocen. La oposición venezolana vio la mano de Maduro en la operación.

La nueva conducción tomó las riendas en julio, prometiendo que nada iba a cambiar. Pero rápidamente se dispuso la salida de unos treinta columnistas. Entre ellos había algunos de los críticos más duros del chavismo, como el economista Daniel Lansberg-Rodríguez, que recibió una notificación de despido de cuatro renglones por correo electrónico.

Historia conocida
En este momento, esta es una historia conocida en América Latina. En 2009, la presidente argentina Cristina Kirchner, en guerra con los críticos de los medios desde hace mucho, logró que la mayoría de su partido en el Congreso aprobara una nueva y restrictiva ley de medios, que la Suprema Corte declaró constitutcional el año pasado.

También está empeñada en conseguir una participación mayoritaria en Papel Prensa, el único proveedor de papel para diarios. Si esa movida tiene éxito, diarios rebeldes como Clarín y La Nación, bêtes noires del kirchnerismo, quedarían a merced del monopolio estatal de papel o el dólar del mercado negro para comprar papel prensa importado.

En los viejos tiempos, los hombres fuertes a los que les disgustaban los titulares matutinos encarcelaban a los periodistas o simplemente arrasaban las redacciones, como hicieron las tropas del dictador brasileño Getulio Vargas con el Diario Carioca en 1932. Con la difusión de la televisión y la radio, Chávez y sus amigos revocaron licencias radiofónicas.

Ahora los caudillos recurren a legislaturas que funcionan como escribanías y telefonean al Banco Central para que imponga controles monetarios.

“La prensa gráfica es el último bastión de la crítica independiente”, dijo Thor Halvorssen, presidente de la Fundación de Derechos Humanos de Nueva York. “Es por eso que los autócratas le han declarado la guerra al papel”.

Esta es una viñeta que El Universal no va a publicar.