Adictos al móvil: la jaula dorada del smartphone

El teléfono inteligente le inyecta a la vida una velocidad que no tenía antes, y eso implica desventajas, ¿cuáles son?

Por: Redacción Gestion.pe

Hace cinco o seis años, cuando el smartphone era un club exclusivo y las aplicaciones de mensajería instantánea aún caminaban en pañales (Whatsapp debutó en 2010, Telegram en 2013, Google Allo esta misma temporada), las economías más avanzadas del planeta ya dejaban ver en sus bares y en sus parques una extraña transformación, pues la gente, tan adicta al contacto social, de repente había cambiado de hábitos.

La culpa la tenían los teléfonos de última generación, especialmente la pionera familia iPhone, 115 milímetros de longitud donde tímida pero inexorablemente se acumulaban magníficas utilidades, primero el despertador y la cámara de fotos, después la agenda y el bloc de notas, al final (y hasta hoy) absolutamente todo.

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Si internet es el rey de la fiesta, y lo es hasta el punto de justificar la existencia del mayor emporio tecnológico (Silicon Valley), el móvil se ha convertido en el catalizador ideal, un terreno de juego donde compiten fabricantes de hardware, inventores de software, teleoperadoras e infinidad de actores de la industria del ocio.

Prehistoria
Un repaso a la historia del móvil es un paseo repleto de hallazgos. Ricardo Pérez, profesor de Innovación Digital de IE Business School, nos retrotrae a la era Nokia, aquellos finlandeses locos que convirtieron esto en un negocio de masas, “porque los teléfonos al principio eran para privilegiados y experimentadores (y pesaban un par de kilos)”.

La batalla se libraba en dos ámbitos, “diseño y buena cobertura”, y más adelante se añadió, paradoja en el reino de las seis pulgadas, la exigencia de reducir hasta el ridículo el tamaño.

“Nokia fue la campeona, por eso en muchos países europeos tenía cuotas de mercado de hasta el 90%, y luego se permitió hacer cosas raras como ponerle al móvil una cámara de fotos, algo que nadie entendía para qué servía”, indicó.

Diarquía
Es importante detenerse en la lanzadera de aplicaciones descrita por Pérez porque ahí chocan dos visiones y dos titanes. Lo explica Franc Carreras, profesor de Marketing Digital en Esade.

“Para Apple, el cliente es el comprador de productos de hardware. Para Google son las marcas, porque vive sobre todo de la publicidad. La Apple Store es un coto más hermético que Google Play. Apple cobra una comisión del 30% en todas las transacciones y además ejerce de árbitro y determina cuándo una propuesta es sólida y cuándo no cabe en su nicho de excelencia. Google, en cambio, sabe que el producto gratuito genera tráfico y atrae al anunciante, así que todo son facilidades a cambio de quedarse con los datos”, comentó.

Como el 90% de los smartphones recurre a una de estas dos plataformas (por cierto, a 1 de enero de 2016 había 3,790 millones de unidades circulando entre seres humanos más o menos estresados), el cliente se convierte poco menos que en un rehén.

Carreras defiende el valor del gremio app no solo porque detrás hay miles de startups con ideas disruptivas, sino porque verdaderamente “es una actividad que produce valor, ya que el smartphone es un ordenador portátil que recurre a una tecnología más avanzada que la disponible cuando viajamos a la Luna. Es mucho más barato descargar una app que comprar una libreta y un bolígrafo, por citar un caso práctico. Y no, esas empresas no quieren convertirnos en esclavos sino enriquecer sus plataformas. Con el tiempo se desarrollarán protocolos de conducta más acordes con el equilibrio entre las relaciones personales y las digitales, y cuando el móvil desaparezca e interactuemos con pantallas virtuales, es obvio que se consolidará lo que parece inevitable: siempre estaremos on”.

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Poco después, las teleoperadoras nos invitaron a consumir datos desde el móvil. Más adelante, Blackberry cambió los hábitos del mundillo corporativo introduciendo el email. Era obvio que estos dispositivos cada vez resultaban más poderosos: en sus entrañas cabían los videojuegos, el GPS o la sincronización con el ordenador. Y entonces irrumpió Apple, un outsider, para clavar lo que Motorola intentó con su modelo Rokr y el sector pedía a gritos: en palabras de Pérez, “un cacharro que agregase todo lo que había ahí fuera”.

“Con el iPhone se operó una enorme transformación en el negocio de los móviles y los contenidos. Las plataformas tecnológicas comenzaron a ser la clave, o sea, vender un servicio y alrededor ofrecer servicios adicionales, que es lo que hacía y hace Apple con la música, iCloud o Apple TV. Apple enseñó el camino a los demás integrando muchas ramas en un solo árbol, y esa plataforma ha dado lugar a otros servicios digitales que ya están por encima, porque casi todos viven en el móvil y se alimentan de internet. Es lo que ocurre con Airbnb o Uber”, sintetizó.

Desventajas
David Corominas es consultor estratégico en Nadie The Creative Think Tank y sabe un rato de las teleoperadoras, sus estrategias y el corolario del signo de los tiempos.

“El móvil supone un cambio radical en los hábitos personales, públicos, privados y profesionales. De repente tenemos en la palma de la mano una capacidad de gestión de la información como nunca antes en la historia de la humanidad. No se trata de un fenómeno de democratización. Hablamos de universalización, porque conseguir uno es barato y usarlo sencillo. El teléfono también le inyecta a la vida una velocidad que no tenía antes, y eso implica desventajas”, sostiene.

Una de ellas es la prolongación del flujo de trabajo: esa cascada de emails que debes contestar, esas llamadas del jefe fuera de hora, esa asunción de que vives enganchado a la pantalla.

“Tendremos que redefinir las reglas, respetar ciertas franjas horarias y asumir ciertas conductas sociales [el móvil lejos de la mesa mientras se almuerza o apagado mientras se duerme]. La perversidad del smartphone se observa especialmente en las personas que no vienen de la socialización predigital. Las redes sociales son un campo de minas. Nadie es consciente del agujero al que se tira. No es un terreno de futbito, sino un estadio mundial donde algo escrito en tus años de juventud puede costarte tu trayectoria profesional (o política). Es un asunto que debería abordarse en los colegios”, advierte Corominas.

Las operadoras, admite, tratan en sus reuniones la necesidad de lanzar campañas de uso responsable, pero son iniciativas que suelen quedar en nada. Por ahora, los Gobiernos dejan hacer, igual que ocurre con las casas de apuestas y su boom en internet y la TV, o (todavía, al menos en España) con la publicidad de bebidas altamente azucaradas.

Tal y como destaca Telefónica en su informe, poco a poco aparecen cimarrones que se echan al monte de la desconexión, “personas en general muy cualificadas que pueden conseguir, como hicieron los veganos con la carne o el pescado, que el resto tenga una idea de consumo mucho más moderada por pura sostenibilidad. No defiendo la tecnofobia sino el ritmo razonable, pero una vez dentro ecualizar la intensidad es muy arduo porque lees el periódico, escuchas la radio, compras tus viajes. El smartphone es todo. Estás atrapado en una malla de bits”.

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