Un (pequeño) paso hacia la democracia venezolana
Después de 16 años bajo el hechizo de la llamada revolución bolivariana, los venezolanos acudieron a las urnas en cifras convincentes para decir basta.
Por: Redacción Gestion.pe
(Bloomberg View) .- Aumento de salarios de último momento, soldados que obligaban a mantener abiertos los lugares de votación después de hora, revocación de los permisos de los veedores de la elección: hay que reconocer que el presidente venezolano se esforzó.
Pero finalmente ninguna de sus críticas a los yanquis ni sus maniobras autoritarias marcó una gran diferencia para un gobierno que se hunde en las elecciones legislativas del domingo.
Después de 16 años bajo el hechizo de la llamada revolución bolivariana, los venezolanos acudieron a las urnas en cifras convincentes para decir basta. Para el martes a la mañana, con casi todos los votos escrutados, los candidatos alineados con la Mesa de la Unidad Democrática, el principal bloque opositor, habían ganado la contienda para controlar la Asamblea Nacional de manera aplastante: 107 bancas a 55 para los aliados al gobierno, con 5 escaños aún sin definir.
El líder de la oposición Henrique Capriles Radonski pronosticó que la oposición había ganado por un margen aún mayor, quedándose con 112 bancas, o los dos tercios del cuerpo unicameral. Eso bastaría para cambiar la constitución, censurar o destituir ministros y hacerle la vida imposible al presidente.
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El margen de la victoria no fue la única sorpresa. “Hemos venido con nuestra moral, con nuestra ética, a reconocer estos resultados adversos”, dijo un Maduro sorprendentemente cortés al aceptar la derrota el domingo a la noche. “Han triunfado la constitución y la democracia”.
Para todos los que conocen el discurso oficial de Caracas, esto fue raro. ¿Dónde estaba el hombre fuerte que se golpeaba el pecho y prometía “salir a la calle” para salvar la revolución?
No nos engañemos. Es más probable que lo que podría parecer una conversión en el lecho de muerte sea una retirada estratégica. “Adoptar la postura más ética tiene sentido”, me dijo Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano. “Permite a Maduro asegurar que Venezuela es una democracia”.
Maduro tenía dónde inspirarse. Piensen en Hugo Chávez, alrededor de 2007, cuando el cauteloso fundador de lo que denominó el socialismo del siglo XXI perdió un referéndum para abolir los límites de los mandatos presidenciales. Chávez humildemente prometió respetar el resultado y luego extremó su control sobre el poder y los detractores. Dos años después los límites de los mandatos habían desaparecido, allanando el camino para que Chávez permaneciera en el poder indefinidamente.
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Cuando Chávez murió de cáncer en 2013, Maduro heredó los trampas del comandante pero no su habilidad. Y eso es un arma de doble filo para la nueva dirigencia que llega al congreso. Una encuesta reciente de Pew Research Center mostró que los venezolanos estaban descontentos con Maduro pero no precisamente encantados con sus opositores, un mosaico de 27 partidos divididos por las rivalidades.
La legislatura en funciones dejará sus cargos el 5 de enero, lo que deja tiempo más que suficiente para las trapisondas. Los antecedentes abundan. En octubre, por ejemplo, el gobierno convenció a trece jueces de la suprema corte de retirarse anticipadamente, lo que da a Maduro la oportunidad de amañar el alto tribunal sin interferencia de un congreso hostil.
Maduro hace poco insinuó que podría invocar la ley del Poder Popular, dictada por Chávez en 2010 en caso de que la revolución se fuera a pique. Esa norma creó una red de comunas de ciudadanos que teóricamente tienen el poder de instaurar un gobierno paralelo e invalidar las decisiones del congreso.
Sin embargo, los días en que los tiranos pueden robarse una elección y asfixiar la democracia sin consecuencias parecen estar contados. Hace poco, Luis Almagro, titular de la Organización de Estados Americanos, advirtió a las autoridades venezolanas que debían corregir un sistema electoral sesgado, que, en su opinión, ponía en peligro unos comicios libres y limpios. La advertencia fue notable por venir de la OEA, un cuerpo caracterizado por la lealtad mutua que rara vez armó escándalo por los excesos autoritarios de un compañero.
Entonces apareció Mauricio Macri, el político argentino pro-empresas que criticó a Venezuela por los abusos contra los derechos humanos poco después de ganar la presidencia de su país. Ha prometido insistir ante sus vecinos para expulsar a Venezuela del Mercosur, bloque comercial regional fundado como una unión de las democracias.
Puede que eso no ocurra. La presidenta de Brasil Dilma Rousseff, por ejemplo, no vio “ningún hecho” que fundamente los cargos de que Venezuela no es democrática. Con todo, vale la pena hacer notar que Maduro ha bajado la voz al crecer la indignación internacional. Al igual que la mayoría de los autócratas modernos, Maduro quiere controlar la democracia y también hacer alarde de ella.
Al acudir a votar el domingo en una elección que el mundo estaba observando, los venezolanos han hecho que ese ardid sea mucho más difícil.