Cómo medir el poder que tiene Trump sobre el Congreso

Hay muy buenas razones para no suponer que el acuerdo con el presidente Trump en las votaciones legislativas es una medida válida de cuánto apoyo recibe el presidente de los miembros del Congreso.

Donald Trump. (Foto: Bloomberg)

Por: Redacción Gestion.pe

(Bloomberg View).- ¿El Congreso republicano es un perro faldero del nuevo presidente? Eso es lo que decía un tuit de gran repercusión de Nate Silver basado en un cálculo del boletín informativo FiveThirtyEight:



[Nate Silver: los senadores republicanos votaron con Trump un promedio de 99% del tiempo hasta ahora.]

Sin embargo, las cosas no son tan simples. Hay muy buenas razones para no suponer que el acuerdo con el presidente en las votaciones legislativas es una medida válida de cuánto apoyo recibe el presidente de los miembros del Congreso.

Los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras, lo que significa que controlan qué cosas se someten a votación y cuáles no. Es improbable que lleven al recinto temas a los que se opone un presidente de su mismo partido, en especial si no cuentan con los votos necesarios para anular un posible veto.

Tampoco es probable que programen votaciones sobre temas que, según sus previsiones, van a fracasar porque un puñado de disidentes republicanos se aliará con los demócratas para derrotar a la mayoría de los republicanos. De modo que un proyecto que autorizara a construir un muro fronterizo que hipotéticamente sería rechazado 40 republicanos serían derrotados por 12 republicanos y el total de 48 demócratas nunca llegaría a votación y por lo tanto no permitiría ver la fuerza de la oposición.

Los legisladores republicanos podrían tener la iniciativa en algunas medidas y la Casa Blanca podría estar dispuesta a sumarse a ella. Esto es lo que al parecer ocurrió con los proyectos de derogación de normas que pasaron por el Congreso en los primeros días. Sí, Trump está a favor de los proyectos e hizo campaña contra lo que consideraba un exceso de regulación, pero los temas específicos elegidos para un tratamiento rápido parecen haber sido seleccionados por el Congreso, mientras que Trump simplemente le siguió el juego.

Interpretar eso como apoyo al presidente no es una muy buena caracterización. La mayoría de las votaciones del Senado hasta ahora han sido confirmaciones de miembros del Gabinete, que normalmente no son polémicas, en especial para el partido del presidente. Tres deserciones del partido propio hasta ahora (Rand Paul respecto de Mike Pompeo para la Agencia Central de Inteligencia, y Lisa Murkowski y Susan Collins respecto de Betsy DeVos para secretaria de Educación) no generan un porcentaje muy impresionante pero de hecho superan el nivel normal.

Pero aun así, esto probablemente subestime el papel del Senado en el proceso. John McCain y otros halcones republicanos en el tema de Rusia votaron a favor de confirmar al secretario de Estado Rex Tillerson pero sólo después de presionarlo para que diera garantías respecto de la política del gobierno.

Del mismo modo, McCain y otros legisladores que se oponen a la tortura parecen haber recibido promesas del secretario de Defensa James Mattis en esa área –promesas que, por lo menos hasta ahora, parecen haberse impuesto a los instintos del presidente-. Y eso después que se anunciaran los candidatos. En los gobiernos normales (y quizá en este), la Casa Blanca lanza globos de prueba y presta atención a los resultados.

No sabemos qué posibles candidatos, si es que hubo alguno, nunca fueron elegidos debido al rechazo en el Capitolio. Sin embargo, nada de esto aparece en los porcentajes de apoyo.

Elegir a Neil Gorsuch para la Suprema Corte será otro excelente ejemplo de cómo los porcentajes de apoyo del Congreso pueden ser engañosos. Trump explícitamente dejó esa candidatura en manos de organizaciones conservadoras. Obviamente, los conservadores de la tendencia mayoritaria del Senado la apoyarán; tienen tanto o más derecho que el presidente de haber influido en la elección.

Si Trump hubiese elegido, por ejemplo, a su hermana (jueza federal de apelaciones), esta habría durado lo mismo que Harriet Miers, la amiga de la familia que propuso George W. Bush. Esta, debo decir, se retiró después del rechazo de los senadores republicanos conservadores mucho antes de llegar a una votación en el recinto y, por lo tanto, no impidió que hubiera un porcentaje de apoyo casi unánime a los candidatos de Bush a la Suprema Corte entre los senadores republicanos.

Podemos decir con certeza que, hasta ahora, los legisladores republicanos han estado casi totalmente dispuestos a hacer caso omiso de los diversos deslices éticos de Trump. Y decir que a veces Trump quizá siga a otros en lugar de liderar no necesariamente es una crítica. Los buenos presidentes saben cuándo tener una pelea y cuándo subirse a un tren que ya está en marcha. Visualizar las cosas de este modo lleva a hacer suposiciones sobre la influencia presidencial que no se ven respaldadas por el modo en que en realidad opera el sistema constitucional.

Al menos cuando se trata de leyes, estén atentos a las propuestas características de Trump que violan la ortodoxia conservadora o los intereses del electorado de los legisladores republicanos y los grupos de interés alineados con los republicanos.

Si aquellas –un gran plan de infraestructura, el muro fronterizo- son aprobadas por el Congreso, verdaderamente significará que Trump es quien lidera. En cuanto al resto, más allá de cuánto se parezca esta Casa Blanca a un circo, seguimos hablando de un inepto que firma todo lo que acuerden los conservadores tradicionales.

Por Jonathan Bernstein.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.