The Economist: “El trabajo italiano del Perú”
El éxito económico del país no puede coexistir indefinidamente con la debilidad política, considera la publicación. Lea a continuación el análisis completo.
Por: Redacción Gestion.pe
Cuando informamos sobre los últimos años del gobierno de Carlos Menem en Argentina, algunas veces no tomábamos en cuenta los escándalos políticos alrededor del régimen. Lo importante, nos dijeron, era que la economía estaba dirigida por tecnócratas responsables, como en el “modelo italiano” de las décadas de la posguerra. Algo bastante similar escuchamos cuando Ollanta Humala estaba a punto de ganar la presidencia del Perú en el 2011. La política era un desastre, confió un prominente banquero, pero lo que realmente importaba era que la economía estaba bien dirigida.
A casi tres años de la presidencia de Humala, ambas cosas permanecen ciertas. Pero lejos de ser un consuelo, la adhesión del Perú al “modelo italiano” es en realidad un motivo de preocupación.
Humala primero postuló a la presidencia en el 2006 como partidario de la Venezuela de Hugo Chávez. Perdió esas elecciones y en el 2011 se reinventó como un socialdemócrata pro brasileño. Pero después de ganar, optó por seguir las políticas de libre mercado que han llevado a una década de fuerte crecimiento.
Luis Miguel Castilla, el ministro de Economía, es venerado por la empresa privada. El miembro más poderoso del gobierno, el año pasado venció de nuevo un plan mal aconsejado para que el Estado compre las operaciones peruanas de Repsol.
Aunque el crecimiento económico se ha desacelerado un poco, Castilla confía en que subirá de nuevo a 6% o más durante los próximos tres años, gracias a las nuevas y grandes minas y un ambicioso programa de asociaciones público-privadas en infraestructura. El 28 de marzo, el gobierno otorgó un contrato de US$ 6,000 millones para construir la Línea 2 del Metro de Lima.
Pero Humala ha tenido problemas políticos. Su aprobación ha caído a 25%, frente al 54% de hace un año, según Ipsos. Él tiene su quinto gabinete en menos de tres años. Su coalición improvisada tiene solo 43 de los 130 escaños en el Congreso, que el mes pasado votó dos veces para rechazar el último equipo ministerial.
Eso provocó una crisis constitucional menor. Solo después de que Mario Vargas Llosa, el principal escritor del Perú y partidario de Humala, advirtió en forma melodramática que un vacío de poder podría abrir el camino a un golpe militar, el Parlamento dio su aprobación al gabinete.
De hecho, el gabinete actual es mejor respecto a sus predecesores. Está lleno de tecnócratas capaces. El problema es que el propio presidente ha fallado en proveer al gobierno de un liderazgo político.
Humala ha sido casi un solitario, dejando a Castilla que hable, así como a la brillante y ambiciosa primera dama, Nadine Heredia. En materia de seguridad, el presidente prefiere trabajar a través de amigos del Ejército, una mala idea cuando es necesaria una reforma radical de la Policía, el Ministerio Público y el Poder Judicial.
Sin embargo, el problema político del Perú es mucho más profundo que Humala. Sus dos predecesores fueron igualmente impopulares. Los peruanos desprecian a sus políticos y al Congreso. No es difícil entender por qué. De vuelta en la década del ochenta el colapso económico, la hiperinflación y el terrorismo de Sendero Luminoso destruyeron la fe del país en sus líderes.
En la década de noventa Alberto Fujimori estabilizó la economía y aplastó a Sendero Luminoso. Pero él fue un autócrata electo que envió tanques para cerrar el Congreso y socavó el sistema de partidos. Casi el 70% de los peruanos trabajan en el sector informal: ellos sienten que si han prosperado, es a través de sus propios esfuerzos, no por los políticos.
La verdadera lección de Italia es que si el sistema político no es capaz de actuar en el interés de la mayoría a largo plazo, termina contaminando con sus fracasos a la economía. Perú es una democracia sin partidos significativos.
Es probable que en las elecciones regionales de octubre se repita lo que sucedió en la anterior, en la que 23 de los 25 presidentes regionales eran independientes. Gracias a las regalías mineras y del gas, ellos administran una buena parte del dinero público.
Una región importante, Áncash, se ha convertido en un mini-Estado mafioso. Diez opositores políticos del presidente regional, César Álvarez, han sido asesinados por denunciar la corrupción. Sus críticos acusan a Álvarez, quien niega toda fechoría, de haber comprado a los fiscales. Este mes Humala congeló las cuentas bancarias de Áncash.
Los predecesores de Humala completaron sus mandatos a pesar de su impopularidad (aunque eran mejores en la construcción de alianzas de lo que es el actual presidente). Pero, ¿qué sucederá si Castilla resulta demasiado optimista?
Si el flujo de dinero que ha transformado al Perú en las últimas dos décadas empezó a secarse, un sistema político desacreditado sería incapaz de amortiguar y canalizar el descontento público. El riesgo es, entonces, que las líneas paralelas de la economía y la política converjan, tal como lo han hecho en Italia.
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2014