Bancos centrales son culpables de Donald Trump, Brexit y el populismo

Se argumenta con fuerza que los políticos recién ahora están sintiendo la reacción adversa de la crisis económica de hace casi un decenio. Además, muchos votantes sienten desde hace tiempo que el capitalismo no cumple con lo prometido.

Foto: AFP

Por: Redacción Gestion.pe

Por Mark Gilbert

(Bloomberg). ¿Le preocupa el avance del populismo en la política? Écheles la culpa a los bancos centrales.

Todo político populista en el mundo se irá a la cama esta noche soñando ese sueño después de la victoria sorpresiva de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense.

Todo miembro de la llamada élite – más allá de cómo defina cada uno este concepto amorfo – deberá mirarse atentamente durante largo rato al espejo y preguntarse si, verdaderamente, los pocos calcularon mal el ánimo de los muchos.

Se argumenta con fuerza que los políticos recién ahora están sintiendo la reacción adversa de la crisis económica de hace casi un decenio. Y en particular, hay motivos para argumentar que los llamados efectos distributivos de las políticas monetarias implementadas por los bancos centrales del mundo en un esfuerzo por frenar la recesión y evitar la deflación han contribuido directamente al distanciamiento actual con el statu quo.

El mensaje económico central de Donald Trump – que la clase media no ha tenido un aumento salarial en más de una década – claramente tuvo eco en el electorado estadounidense.

Lo mismo ocurre con gran parte del resto del mundo. Muchos votantes sienten desde hace tiempo que el capitalismo no cumple con lo prometido.

En las épocas de auge, la mayoría de los beneficios recayeron sobre el capital, no la mano de obra (lo que, según sostiene Thomas Piketty, es un gusano del capitalismo).

En las épocas difíciles que siguieron, la flexibilización cuantitativa y las tasas de interés en mínimos récord de la Reserva Federal (Fed), el Banco Central Europeo, el Banco del Japón y el Banco de Inglaterra ayudaron mayormente a los precios de los activos -lo cual no constituye demasiada ayuda para quienes no tienen activos financieros.

Los indicios tempranos son que 53% de los estadounidenses de 45 años en adelante apoyaron a Trump; es la población que ve su planificación de retiro debilitada por los rendimientos de los bonos más bajos que ha conocido el mundo, una consecuencia directa de las políticas de los bancos centrales.

La victoria de Trump ha sido celebrada por extremistas que van desde el ex líder del Ku Klux Klan, David Duke (“Una de las noches más emocionantes de mi vida”) hasta Amanecer Dorado de Grecia (“Esta fue una victoria para las fuerzas que se oponen a la globalización y están a favor de Estados étnicos puros”).

Pero sería un error suponer que solamente los extremistas locos votaron por Trump y el Partido de la Independencia y el Brexit del Reino Unido, o que podrían votar por Marine Le Pen, el Movimiento Cinco Estrellas y el partido AfD en las elecciones francesas, italianas y alemanas, respectivamente.

La primera víctima europea de la reacción populista probablemente será el primer ministro Matteo Renzi.

Su referéndum del 4 de diciembre tiene que ver ostensiblemente con la reforma constitucional; es probable que se convierta, en cambio, en un plebiscito sobre la tasa de desocupación de 11.7% del país, el frágil estado de su sistema bancario y la pelea con la Comisión Europea por sus planes presupuestarios.

Renzi ha prometido irse si pierde la votación; las últimas encuestas muestran la ventaja de la campaña por el “No”.

Antes de la elección estadounidense conversé electrónicamente con Darren Pollock, un gerente de fondos de Cheviot Value Management en Beverly Hills, California.

Para él, la injerencia de los bancos centrales en la economía es similar a apagar pequeños incendios de bosques; frena los procesos de limpieza naturales que genera una conflagración mayor.

En los últimos años y en la actualidad, son muchos los ciudadanos que de una u otra manera emiten votos de protesta contra sus políticos. Pero no sé si los políticos son más merecedores de protesta que los del pasado. Si no fuera por los banqueros centrales que obstaculizaron sus economías, quizá no estaríamos viendo tanto disenso en tantas partes del mundo.

Si bien siento profunda simpatía por la tarea increíblemente difícil que han enfrentado los banqueros centrales en los últimos años, en general sin ninguna ayuda fiscal de sus gobiernos, retrospectivamente se está volviendo más difícil no pensar que la flexibilización cuantitativa generó probablemente más perjuicio que beneficio.

La victoria de Trump, la votación a favor del Brexit en el Reino Unido y el avance del populismo en el mundo entero sugieren que grandes franjas del electorado pueden estar insatisfechas con la política monetaria como lo están con su actual liderazgo político.

Los votantes tienen, no obstante, la posibilidad de cambiar sus gobiernos; no tienen la misma oportunidad de expulsar a los custodios no elegidos de la estabilidad monetaria.

Ya escribí anteriormente a favor del llamado neo-Fisherismo, sosteniendo que las tasas de interés bajas pueden llegar a ser un problema, no la solución, para una economía débil.

Quizá la elección del presidente Trump sea una prueba de que los bancos centrales deberían estar por lo menos debatiendo un procedimiento distinto.