Cuba y el difícil renacer del azúcar, otrora rey en la isla
Cuba busca dar nueva vida a su industria azucarera y expandir sus líneas de producción, un dulce sueño con desafíos en los sectores agrícola y fabril asociados al rubro, venidos a menos tras el derrumbe soviético.
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Por: Redacción Gestion.pe
Cuba (AFP).- Los intestinos metálicos están a la vista. Ha sido una demolición lenta y punzante para los sobrevivientes del Cuba Libre. Ya no huele a melaza en Pedro Betancourt, el municipio donde operó el centenario ingenio.
Una década después de que se ordenara su desmantelamiento, todavía es posible ver a una grúa con obreros sobre los escombros de hierro y concreto. Al final solo quedarán en pie las dos chimeneas apagadas.
La fábrica que humeaba sobre los verdes cañaverales de la provincia de Matanzas, en el este de la isla, paró de moler en 2004, y tres años después comenzó su desarticulación.
Dice Eliécer Rodríguez, jefe de la obra, que al pasar por ahí algunos lloran. “Yo lo tumbo, pero la decisión es de otros”, se justifica.
Fue una de las 100 fábricas (el 64% del total) forzadas a desaparecer por falta de caña dentro de un proceso de reorganización socialista que arrancó en 2002. Ninguno de los 100,000 trabajadores dejó de recibir salario por un tiempo.
Sin embargo, muchos debieron dedicarse a desyerbar o a tareas diferentes de las que sabían. Algunos comenzaron a trabajar por su cuenta como taxistas o agricultores, aprovechando la cauta apertura que alienta el gobierno. Otros emigraron a Estados Unidos.
“Cerrar un ingenio siempre resulta traumático en términos humanos, en términos sociales, la Revolución lo que hizo fue tener mucho cuidado en no desatender a nadie”, señala Rafael Suárez, director de Relaciones Internacionales de la estatal Azcuba.
El país que hasta 1989 era uno los mayores proveedores de azúcar en el mundo intenta recuperar la industria tras la terrible crisis desatada por la caída de su protector soviético, que compraba casi toda la producción cubana a precios preferentes.
Antes de la Revolución de 1959, Estados Unidos era el cliente preferencial de los cubanos, pero luego impuso el embargo que todavía está vigente.
Hoy, 54 fábricas están funcionando. El 60% de la tierra cañera cambió de cultivo o sirve de pasto para el ganado. El peso del azúcar en las exportaciones cayó del 73% de los ochenta a un 13% en 2015 (0.7% del PIB).
Históricamente, la industria de la caña ha pagado por lo menos el doble del salario promedio en Cuba. Hoy, ese ingreso está en los 28 dólares mensuales.
Renacer
A 70 km del Cuba Libre, respira una chimenea. Desde que inició en noviembre la cosecha que terminará en mayo, el ingenio Jesús Rabí muele todo el día. El olor dulzón envuelve al alegre batey. Mientras una fábrica no termina de caer, otra renace.
Pero “aquella situación en que Cuba era el mayor exportador de azúcar, siendo un país tan pequeño, no volverá jamás, ni tiene sentido, ni (lo) pretendamos”, afirma Suárez.
Deshecho el campo socialista, el país lidió con la baja cotización en el mercado, la falta de inversiones y de insumos agrícolas para el cultivo. El sector cayó en depresión.
De los ocho millones de toneladas de azúcar sin refinar que alcanzó a producir hasta los noventa, Cuba apenas superó el 1.1 millón de toneladas en 2010.
“Ese fue el fondo del pozo, pero a partir de ahí se han hecho esfuerzos, se han mejorado los ingenios, se ha puesto mucho énfasis en la recuperación de la producción de caña”, señala el directivo de Azcuba.
Aun cuando las cosechas altamente mecanizadas no rinden lo esperado, la producción ya ronda las dos millones de toneladas, de las cuales se destinan hasta 700,000 para el mercado interno. El resto se exporta a países como China y Rusia.
Cuba, que ahora quiere atraer la inversión extranjera antes rechazada, tiene capacidad instalada para producir hasta cuatro millones de toneladas del endulzante en la próxima década.
La estrategia no es solo fabricar más azúcar sino también mayores derivados y subproductos: ron, alimento para el ganado y energía eléctrica renovable, según Suárez.
A los 63 años, Juan Hernández, un operario de caldera, volvió a trabajar en lo que sabe. Antes de llegar al Jesús Rabí, pasó por dos ingenios que cerraron. Fueron “días amargos (…) un ingenio parado es un ingenio parado. No hay economía”, sostiene el hombre.
Otros miles de cubanos no corrieron su suerte.