Juegos para tramposos

Los eventos deportivos internacionales no deben convertirse en coto privado de los autócratas.

Por: Redacción Gestion.pe

Bakú, la capital de Azerbaiyán, se ha preparado para organizar eventos cumpliendo los requisitos que se han hecho habituales: se está terminando de construir fastuosas instalaciones, se ha encandilado a los auspiciadores y se ha encerrado a activistas pro derechos humanos y periodistas incómodos.

Para los Juegos Europeos —un nuevo torneo que el país acogerá en junio—, el brutal régimen azerí está aplicando la fórmula que utilizó para el Festival de la Canción de Eurovisión del 2012, y tiene la esperanza de postular para los Juegos Olímpicos del 2024. Sonríe, gasta en grande y reprime la disidencia.

Lo que importa aquí es que algún codicioso suelte sus petrodólares para financiar una juerga veraniega —o invernal, como la desacreditada FIFA acaba de anunciar para Catar 2022—. Aunque parezca frívolo, organizar estos eventos en lugares gobernados por regímenes autoritarios no solo empaña la imagen de la FIFA, el Comité Olímpico Internacional y otras organizaciones, sino que las hace cómplices de corrupción y cosas peores.

Un nuevo estudio señala que los gobiernos democráticos y sus votantes no ven claros los beneficios públicos de organizar estos eventos, pero que los desembolsos —y las pérdidas— son elevados. Los juegos de Londres fueron sublimes, pero los costos más que triplicaron los estimados iniciales. Y el mundial de Brasil generó protestas y el desastre del equipo anfitrión.

El riesgo es que ese desinterés deja el campo abierto para los países autoritarios. Las Olimpiadas de Invierno del 2022 solo tienen dos candidatos: China y Kazajistán. Y las del año pasado fueron en Rusia, al mismo tiempo que la intromisión de Vladimir Putin en Ucrania ocasionaba un baño de sangre. Y el 2018 será él quien inaugurará el mundial de fútbol.

Otro grave problema es que estos eventos son también ocasiones para autoengrandecerse, robar y abusar. Los costos se disparan no solo por los grandes elefantes blancos que deben construirse, sino porque hay que recompensar a los compinches con sobornos y oscuros contratos. Los ricos con buenos contactos se hacen más ricos (y los autócratas se atornillan en el poder).

Con respecto a los derechos humanos, como en Azerbaiyán, los críticos son encarcelados por adelantado o, si causan vergüenza durante el circo, reciben su merecido después. Demasiados obreros de construcción inmigrantes en Catar siguen trabajando en condiciones de servidumbre y están muriendo en cantidades alarmantes.

Todo esto significa que conceder un torneo a un régimen oscuro, e incluso participar en él, no es neutral ni irreprochable, pues los equipos que asisten están usando los fondos de sus países para reforzar la represión, además que el ascendente autoritarismo está matando el credo deportivo de promover la dignidad y la fraternidad.

Se necesitan tres tipos de cambios. Primero, los auspiciadores y participantes deben forzar a los organismos, sobre todo a la egregia FIFA, a hacer públicas sus elecciones de sedes y los intereses de sus ejecutivos. Segundo, debe ponerse fin a las construcciones innecesarias para que los costos sean menos prohibitivos. Tercero, debe tomarse en cuenta el historial sobre derechos humanos de los candidatos —no las fáciles promesas de mejoras —.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez

© The Economist Newspaper Ltd,

London, 2015

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