Ganancias sin producción

LO QUE DISTINGUE A LA ECONOMÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS EN EL SIGLO XXI ES LA IMPORTANCIA CADA VEZ MAYOR QUE TIENEN LAS RENTAS MONOPÓLICAS.

Por: Redacción Gestion.pe

DESAYUNANDO CON KRUGMAN
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

NYT SYNDICATE
Una de las lecciones aprendidas de las recientes tribulaciones económicas es la utilidad que posee la historia. Justo cuando la crisis comenzaba, los economistas de la Universidad de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff —que, desafortunadamente, se hicieron famosos por su peor trabajo— publicaban un excelente libro con el sarcástico título “This Time Is Different” (“Esta vez es diferente”). Su argumento, por supuesto, era que existe un considerable parecido entre unas crisis y otras. De hecho, los paralelismos históricos —no solo con la década de 1930, sino con Japón en la de 1990, Reino Unido en la de 1920, y más— han sido una guía esencial durante la crisis actual.

Pero las economías cambian con el tiempo y a veces de manera profunda, de modo que cabría preguntarse qué es lo que verdaderamente distingue a Estados Unidos en el siglo XXI. Yo diría que la respuesta más relevante es la importancia cada vez mayor que tienen las rentas monopólicas: ganancias que no representan el retorno de una inversión, sino que más bien reflejan el valor del dominio de mercado. Algunas veces, ese dominio parece merecido y otras, no; pero en cualquier caso, la creciente importancia de esos ingresos está generando una nueva desconexión entre las ganancias y la producción, y ese podría ser un factor que prolongue la actual situación de la economía.

Para entender mi argumento, consideremos las diferencias entre dos empresas icónicas de dos épocas diferentes: General Motors (GM), en las décadas de 1950 y 1960, y Apple, en la actualidad.

Durante su apogeo, GM tenía un gran poder de mercado. Sin embargo, el valor de la empresa provenía principalmente de su capacidad productiva: poseía cientos de plantas y daba trabajo a alrededor del 1% de la mano de obra no agrícola del país.

En contraste, Apple apenas parece estar vinculada al mundo material. Dependiendo de los caprichos de su cotización bursátil, es la primera o la segunda empresa de mayor valor de Estados Unidos, pero emplea a menos del 0.05% de su fuerza laboral. En cierta medida, eso se debe a que ha trasladado casi toda su producción al extranjero. Pero lo cierto es que los chinos tampoco ganan tanto dinero con las ventas de Apple. En gran medida, el precio que pagamos por un “iProducto” no tiene que ver con su costo de producción.

Apple simplemente cobra lo que el tráfico sea capaz de soportar, y dada su fuerte posición en el mercado, el tráfico va a soportar mucho.

Reitero que no pretendo hacer ningún juicio moral con esto. Se podría argumentar que Apple se ha ganado esa posición, aunque no estoy seguro de cuántos afirmarían lo mismo sobre Microsoft, que obtuvo ganancias enormes durante muchos años, y ni qué decir del sector financiero, que también se caracteriza por algo parecido a las rentas monopólicas y que actualmente representa aproximadamente el 30% del total de las ganancias corporativas.

En cualquier caso, independientemente de que las corporaciones se merezcan o no su situación privilegiada, la economía se ve afectada, y no positivamente, cuando las ganancias empiezan a ser más un reflejo del poder de mercado que de la producción.

Aquí un ejemplo. Como muchos economistas han señalado últimamente, el viejo cuento sobre el aumento de la desigualdad en los ingresos, según el cual esta aumentaba al valorarse cada vez más la preparación técnica, ha perdido actualmente toda la relevancia que haya podido tener. Desde aproximadamente el 2000, lo que ha ocurrido es un cambio drástico en la distribución del ingreso que ha inclinado la balanza a favor de las ganancias de las empresas y en detrimento de las remuneraciones.

Pero el enigma es el siguiente: dado que las ganancias son elevadas y los préstamos son baratos, ¿por qué no estamos viendo un gran aumento de la inversión empresarial? Y no, la inversión no está hundida porque el presidente Barack Obama haya herido los sentimientos de los dirigentes empresariales ni porque estén aterrados ante la perspectiva de un seguro sanitario universal.

Bueno, no existe ningún enigma en que el aumento de las ganancias se deba a las rentas y no a los retornos de la inversión. Después de todo, un monopolista puede ser altamente rentable y no ver ninguna buena razón para ampliar su capacidad productiva. Y, una vez más, Apple es un ejemplo de esto: es tremendamente rentable, pero acumula cantidades ingentes de efectivo que, obviamente, no ve necesario reinvertir en su negocio.

Dicho de otro modo, el aumento de las rentas monopólicas puede tener, y posiblemente haya tenido, el efecto de deprimir simultáneamente las remuneraciones y la percepción que se tiene del retorno de las inversiones.

Se podría sospechar de que esto no puede ser bueno para la economía en general, y es cierto. Si los ingresos familiares y, por tanto, el gasto familiar, siguen siendo bajos porque los trabajadores se quedan con un porcentaje más pequeño que nunca del ingreso nacional, mientras que las corporaciones, a pesar del aumento vertiginoso de sus beneficios, tienen pocos incentivos para invertir, tenemos la receta para una demanda persistentemente deprimida.

No creo que esta sea la única razón por la que la recuperación de la economía estadounidense ha sido tan débil —las recuperaciones modestas son normales después de las crisis financieras—, pero probablemente sea un factor que esté contribuyendo a ello.

Para que quede claro que nada de lo que he dicho aquí resta importancia a las lecciones de la historia. En concreto, la creciente desconexión entre las ganancias y la producción no contradice en nada los argumentos a favor de una política monetaria y fiscal expansiva mientras la economía siga deprimida. Pero la economía está cambiando y, en próximos artículos, intentaré plantear sobre lo que eso significa para la política económica.

Antonio Yonz Martínez
Traducción

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