Este cuento no termina

Primero, Estados Unidos y Europa. Ahora les tocó a los países emergentes, que enfrentan una nueva crisis de deuda.

Por: Redacción Gestion.pe

Van a cumplirse nueve años del estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, y seis desde que la insolvencia de Grecia desencadenó la crisis del euro. La rápida acumulación de deuda y la subsecuente recesión fueron los elementos de enlace de ambos episodios.

Y hoy está apareciendo un tercer episodio de esta “crónica de la deuda”, y esta vez el escenario es el mundo emergente. Los inversionistas ya han abandonado la adquisición de activos en esos países, pero aún no se siente toda la agonía de la desaceleración.

Esta crisis no será tan dramática como las de los ochenta y noventa, pues la mayoría de mercados emergentes tiene tipos de cambio más flexibles, más reservas internacionales y una porción más pequeña de sus deudas en moneda extranjera. Sin embargo, el crecimiento sufrirá mayor daño de lo esperado y debilitará la economía mundial, incluso si la Reserva Federal comienza a elevar sus tasas de interés.

En los tres capítulos de esta trilogía, el ciclo se inició con el capital inundando los mercados, lo cual redujo las tasas de interés y estimuló el crédito. En Estados Unidos, la superabundancia de ahorros, especialmente de Asia, se transformó en las desastrosas hipotecas basura, mientras que en la eurozona, los ahorrativos alemanes ayudaron a financiar booms inmobiliarios en Irlanda y gasto público en Grecia.

Tras estallar estas burbujas, el flujo de capitales enrumbó hacia los países en desarrollo. Pero mucha deuda fue asumida muy rápidamente, y un buen número de empresas la utilizó para financiar proyectos imprudentes o adquirir activos sobrevaluados. La deuda total de los mercados emergentes ha pasado de 150% de su PBI, en el 2009, a 195% (en el caso de la deuda corporativa, desde menos del 50% del PBI, en el 2008, a 75%).

Este boom está llegando a su fin y su magnitud garantiza que las consecuencias serán duras. Además, el enfriamiento en China y la caída de los precios de los commodities han empeorado las perspectivas. La intensidad del impacto también dependerá de factores internos como la escala del ajuste cambiario ya aplicado o el tamaño de las reservas internacionales. En general, las economías emergentes pueden ser clasificadas en tres grupos.

El primero incluye países donde el boom crediticio no será seguido por un infarto sino por una prolongada resaca. Corea del Sur y Singapur pertenecen a esta categoría, lo mismo que China, que todavía posee defensas formidables para protegerse del éxodo: un enorme superávit de cuenta corriente y reservas equivalentes al triple de su deuda externa.

Además, el Gobierno chino está en capacidad de rescatar a los deudores y se muestra poco dispuesto a tolerar defaults. Si bien los problemas no se solucionan escondiéndolos bajo la alfombra, esas políticas alejan la amenaza de una crisis severa.

Ese riesgo sí está presente en el segundo grupo —países que carecen de los medios para rescatar a sus prestatarios insensatos o protegerse de la huida de capitales—. Tres economías sobresalen. Brasil, con un mercado de bonos corporativos que ha crecido doce veces desde el 2007, dependencia del capital foráneo para financiar su cuenta corriente, y parálisis política y rigidez fiscal que no ofrecen seguridad alguna a los inversionistas.

También figura Malasia, cuyos bancos afrontan enormes pasivos en moneda extranjera, sus familias presentan el mayor ratio deuda-ingresos del mundo emergente y su superávit de cuenta corriente, según se proyecta, está por encogerse. Por último, Turquía combina su déficit de cuenta corriente con alta inflación y deuda en moneda extranjera, que se ha encarecido con la devaluación de la lira.

El tercer grupo es de los países que escaparán de serias dificultades o que ya han atravesado lo peor. Entre los grandes, India se encuentra en mejores condiciones que otros emergentes y Rusia, cuya moneda ya ha sufrido mayores ajustes que cualquier otra divisa importante, y su economía muestra señales tentativas de respuesta. Argentina, un fracaso perenne pero que esta vez tiene poca deuda privada, también podría brillar si un reformista gana la segunda vuelta.

Aparte de estos casos, todo lo demás apunta a que el 2015 será otro pálido año para la economía mundial. El FMI proyecta un crecimiento mayor en las economías emergentes para el 2016, aunque la lección de ciclos pasados sugiere que lo más probable es que sea otro año de desaceleración.

Y la debilidad en el mundo en desarrollo, que representa más de la mitad de la economía global (en términos de la paridad del poder de compra), importa mucho más que antes. Un menor crecimiento en estos países afecta las ganancias de las multinacionales y los flujos de efectivo de los exportadores. Los menores precios de los commodities ayudan a los importadores, pero aumentan la presión sobre las mineras, petroleras y operadores de comercio exterior, que en conjunto deben alrededor de US$ 3 millones de millones.

La economía europea es la más expuesta a un enfriamiento de la demanda emergente, lo cual explica que sea probable una mayor flexibilización monetaria. Pero el dilema que afronta Estados Unidos es más agudo: la divergencia entre su política monetaria con la del resto del mundo impondrá mayor presión sobre el dólar, lo cual afectará las ganancias y las exportaciones.

Y el capital podría poner nuevamente la mira en el consumidor estadounidense. Si eso sucede, la crisis de deuda podría terminar justo donde empezó.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2015

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