The Economist: La nación migrante

La urbanización en el Perú ha generado ciudadanía, pero también una serie de problemas.

La economía informal es creativa y dinámica, pero tiene sus límites.

Por: Redacción Gestion.pe

Era de un volumen delgado, con solo 108 páginas, y su título apenas despertaba interés. Sin embargo, “Desborde popular y crisis del Estado” se convirtió rápidamente en un éxito de ventas en el Perú después de su publicación en 1984. Esto se debió a que el autor, José Matos Mar, un antropólogo que falleció este mes a los 93 años, identificó una revolución social de largo alcance que sigue reformulando su país y tiene ecos en toda América Latina.

El argumento de Matos era que la migración de los Andes a Lima y otras ciudades de la costa del Pacífico del Perú no era un simple movimiento de la población. Más bien, era una marea imparable de cambios sociales que derrumbó o simplemente evadió las oligárquicas estructuras políticas y económicas del Perú. Los migrantes –había unos ocho millones entre 1940 y el 2010– se establecieron en gran parte en asentamientos humanos construidos por ellos mismos (aunque a la fecha muchos tienen casas de ladrillo y calles pavimentadas). Además forjaron una nueva cultura, mestiza pero con raíces amerindias, y tenían su “propio sentido de la ley y la moral”. Crearon puestos de trabajo para sí mismos en una creciente economía “informal” (es decir, no registrada).

El entusiasmo de Matos por los migrantes y sus logros se debió, en parte, al hecho de que él era uno de ellos. Nació en Coracora, una comunidad campesina en la región de Ayacucho, en el centro de los Andes del Perú. Su madre era una empleada doméstica que hablaba quechua e iba descalza; fue adoptado por su empleador, un juez, que se casó con su madre y trasladó a la familia a Lima.

El Perú estaba en una mala situación en la década de 1980, sufriendo inflación, recesión económica y terrorismo maoísta. Pero la crisis del Estado a la que se refería Matos era más profunda. Sostuvo que el Estado peruano –ya sea ese de los incas, los virreyes españoles o la elite europeizada de la república independiente– nunca había creado una nación auténtica. Los campesinos (agricultores campesinos de ascendencia amerindia) habían sido marginados, hasta que, claro, se instalaron en las puertas urbanas del poder.

Un cuarto de siglo después de “Desborde popular”, Matos publicó una secuela aún más optimista. La urbanización, globalización, dos décadas de rápido crecimiento económico, mejores comunicaciones y la descentralización política habían forjado al fin una nación, anunció. El “Otro Perú”, ese país no oficial de los migrantes, ha dado lugar a la modernización económica, democracia y el surgimiento de una clase media más diversa.

En muchos sentidos, Matos tenía razón. Hernando de Soto, economista liberal peruano, ganó renombre por su defensa de la economía informal como una insurgencia capitalista, pero Matos llegó primero a ese punto. Como él dijo, el movimiento del campo a la ciudad volvió a los descendientes de campesinos, con frecuencia analfabetos, en ciudadanos que afirmaron sus derechos políticos.

Un país con una larga historia de régimen militar había elegido a gobiernos durante los últimos 35 años. Los hijos de los migrantes son más educados y tienen mejor salud que sus padres. Hay menos discriminación racial.

Matos sostuvo que el Perú era único en el carácter transformador de su urbanización. Eso fue porque su Estado era débil, a diferencia de Argentina, Brasil o México, donde el Estado dominaba la sociedad. Pero también es cierto que en toda la región, la urbanización originó democracias de masas por primera vez.

Sin embargo, el ‘desborde popular’ también tiene sus desventajas. La falta de planificación urbana y arquitectura profesional ha convertido a las ciudades del Perú en aglomeraciones caóticas y feas. La costa del país es un desierto, pero la Gran Lima ahora limita con el Pacífico a lo largo de casi 200 kilómetros; y proveer de agua a los nuevos asentamientos es un problema creciente.

La economía informal es creativa y dinámica, pero tiene sus límites. Muchos peruanos aún trabajan en negocios de subsistencia. Ellos, en realidad, no son aspirantes a capitalistas; ellos anhelan empleos formales con salarios estables. La nación emergente puede haber destruido el viejo orden político, pero no ha logrado crear nuevos partidos políticos u otras instituciones.

La ley continúa teniendo poca relación con la realidad social; solo las grandes empresas pueden darse el lujo de darle cumplimiento. Debido a que deben su progreso económico a sus propios esfuerzos en vez de al Estado, los peruanos resaltan entre los latinoamericanos por su desconfianza especialmente corrosiva de los políticos.

Las conclusiones optimistas de Matos ahora están a punto de ser probadas. Con el fin del auge de los commodities, la economía peruana se ha desacelerado. Los políticos no están logrando sacar adelante las reformas –de mercados laborales, de la política y del Estado mismo– que el país necesita.

El Perú es sin duda un lugar mucho mejor de lo que era en la década de 1980, y los migrantes merecen mucho crédito por eso. Pero convertir la nación emergente en un país desarrollado es otro asunto.

© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2015